Alejandra Fierro Valbuena, PhD | El Nuevo Siglo
Jueves, 6 de Noviembre de 2014

Bogotá a punto

 

Bogotá es una olla a presión. Esa es la mejor descripción que he oído de nuestra peculiar ciudad. Por un lado, porque habla de una posible explosión en el momento menos esperado, y por otro, porque hace pensar que algo se está cocinando. No se sabe muy bien qué, pero lo que sí es cierto, es que las cocciones que se someten a esta técnica suponen a su vez dos cosas: que los ingredientes son duros y difíciles, pero que si todo sale bien, tendremos un plato delicioso.

Valga la metáfora culinaria para proponer una reinterpretación ciudadana. Sin duda, los bogotanos necesitamos repensar la ciudad que habitamos. Desde luego, habrá quienes argumentarán que, si somos realistas, más que una redefinición lo que se necesita es una urgente reconstrucción. Frente a lo cual se podría contra-argumentar que ese proceso ya se ha puesto en marcha y no hace poco,  pues ya nos es imposible recordar qué se siente transitar por sus calles sin encontrar cortes o desvíos por motivo de obras.

Más allá de lo anecdótico, la pertinencia de revisar nuestras ideas sobre Bogotá radica en que la mitad -si no más- de lo que  vivimos, depende de lo que pensamos acerca de las cosas que nos rodean o que habitamos. Esto no supone un relativismo, como algunos pensarán. Es una aceptación de nuestros límites como humanos. Infortunadamente ¿o no? tenemos la capacidad de creer en lo que pensamos. Es decir, por más que la realidad se desviva ante nosotros con maravillas, si estamos empeñados en creer que todo lo que tenemos en frente es basura, no hay poder ni humano ni divino que pueda sacarnos de esa convicción. Las ideas acerca de las cosas no definen lo que éstas son, pero tienen un poder inmenso de nuestras posibilidades de acción sobre ellas.

Es verdad que en Bogotá pasan cosas espantosas y que, según prestigiosos estudios, ocupamos los primeros lugares en los ranking de los peores (el peor sistema de transporte, la peor seguridad, la peor  contaminación, el peor sistema de distribución, y un gran etc.). Sin embargo, ¿es eso todo lo que hay? Ningún observador externo nos dará la respuesta a este interrogante. Solo desde dentro, nosotros, los bogotanos cansados, asustados y decepcionados, podemos hacerlo. Pero ¿podremos decir que hay algo más? ¿Cómo? ¿Si efectivamente lo que vemos es más de lo mismo?  

He ahí el punto. Si repetimos incesantemente en medios de comunicación y otros escenarios de opinión lo que odiamos y aborrecemos, estaremos cegados completamente para poder descubrir algo distinto, que sin duda existe. Bogotá es una ciudad de contrastes fuertes, se ha dicho. Como ciudadanos lo que nos corresponde es encontrar la otra cara de la moneda y darle prensa. Solo así se cambia la mentalidad y solo con un cambio de mentalidad se consiguen acciones diferentes.

Sí; por más trillado que esté, el tema es de cultura ciudadana. ¿Será posible que nos lo tomemos en serio? Tal vez el sometimiento a presión que soportamos todos los días nos deje en el punto de cocción adecuado. No para estallar y formar un desastre sino para que surja una nueva ciudadanía consciente de su papel y con ganas de hacer de Bogotá la ciudad de sus sueños; su ciudad.