Alejandro Galvis Ramírez | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Enero de 2021

Nos duelen todos los muertos de la pandemia, aunque la muerte es anónima y nos es indiferente cuando no está cerca, pero es dolorosísima cuando se nos arrima, cuando se viste de nombre  conocido; el de un familiar, el de un compañero de viaje…, el de un amigo.

Se acaba de llevar  a Alejandro Galvis Ramírez, un ser humano con mayúsculas, un ganadero con mayúsculas, un periodista con mayúsculas; un inmenso santandereano y un colombiano de esos que no se deberían ir porque hay muy pocos. Un gigante, sí, no solo por su estatura, sino por su talla moral, su “talante”, por su espíritu  visionario y su capacidad para “emprender”, para construir, para convertir sus visiones en realidades contundentes.

En plan  ganadero recorrimos mucho mundo, observando, aprendiendo, asimilando, porque Alejandro era, literalmente, una esponja que recogía conocimientos, experiencias y nuevas tecnologías, para trasplantarlas en su hacienda El Madrigal, en la Mesa de los Santos, un erial convertido en edén, un ejemplo de la sostenibilidad que hoy pregonamos, levantado por Alejandro con disciplina, con rigor técnico y, sobre todo, con pasión por la ganadería.

En esas  Giras Técnicas Internacionales de Fedegán, en amenas charlas compartimos en muchas ocasiones el horizonte visionario de las grandes posibilidades de la ganadería para Colombia, país pródigo en riquezas y hambriento de oportunidades. Lo entusiasmaban las fortalezas de la lechería nacional; lo angustiaba que los gobiernos no parecían verlas, y lo indignaba la miopía dominante de la industria contra quien, por el contrario, debería ser su aliado estratégico: el ganadero. Esa fue su lucha de los últimos años, como representante de los productores de leche en la Junta Directiva del Fondo Nacional del Ganado. 

Si la ganadería le debe mucho a Alejandro Galvis, el periodismo no le debe menos.  Digno hijo de su padre, el patriarca Alejandro Galvis, gobernador, ministro, embajador y fundador de Vanguardia Liberal -su gran legado-, cuando hacer periodismo era difícil y periodismo regional  quijotesco, al punto de que -me contaba Alejandro hijo- le tocaba ayudar a los gastos con su dieta parlamentaria.

Alejandro recibió ese testigo del emprendimiento periodístico de su padre y lo llevó, meta tras meta, hasta convertirlo no solo en paradigma del periodismo regional y orgullo de la “santandereaneidad”, sino en un consolidado grupo empresarial de medios.

Estas últimas letras las reservo para el amigo. “Ajá, viejo Pepé”, era siempre su saludo. Él, santandereano hasta el tuétano, no reparaba en regalarme ese saludo costeño con la generosidad que era otra de sus improntas. Él, ganadero de excelencia y poderoso empresario de medios, sabía de profesionalismo y verticalidad en sus convicciones, pero no de arrogancia. Alejandro inspiraba respeto porque era respetuoso; su amabilidad y sencillez eran casi inesperadas y, por eso, se le daban fácil el consejo oportuno, el ánimo conciliador y la actitud asertiva, que le permitían avanzar sin entregar sus principios.

Como muchos santandereanos, Alejandro gustaba del vallenato, algo en lo que éramos  “primos”. Varias veces me acompañó al “Cuna de Acordeones” en Villanueva, y en sus cumpleaños no faltaban el médico Meneses, compositor del Binomio de Oro, el maestro Adolfo Pacheco y otras figuras vallenatas. ¡Ah parrandas aquellas!, de música compartida, de aguardiente Superior, de alegría sin excesos, de hospitalidad sin artificio..., de sentirse como en casa.

La ganadería y Fedegán perdieron uno de sus bastiones regionales; el periodismo a uno de los últimos “grandes”; Santander a uno de sus mejores santandereanos…, Yo perdí un amigo; el país perdió a un gigante. Consuelo a su familia y paz en su tumba.

@jflafaurie