ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 6 de Abril de 2013

Mejor la controversia

“Se debe estimular el debate y no la crítica”

 

Todo gobierno, desde cuando la lucha armada se cambió por la lucha civilizada de las ideas, ha querido poner su granito de arena o como se le quiera llamar, al intento de  procurar la aclimatación de  la paz y la tranquilidad en el país. Tal vez el primer intento del cual  tengo memoria es el programa que puso en marcha Alberto Lleras Camargo, primer mandatario del Frente Nacional, que invitó al  famoso Guadalupe Salcedo y a sus seguidores guerrilleros a deponer las armas. ¿Estaré equivocado al recordar que quien estuvo al frente de este programa fue  José Gómez Pinzón, distinguido ingeniero ya desaparecido?

 Belisario, muy tímidamente con reuniones fuera de Colombia, también lo intentó sin éxito alguno. En cambio sus cuatro años de gobierno quedaron signados por el sangriento episodio como fue el asalto al Palacio de Justicia. La muerte de muchos compatriotas, pero también de lo más selecto de la intelectualidad nacional como eran los magistrados sacrificados fueron el resultado de esta demencial acción. Además de los daños a las familias  de los sacrificados y los daños materiales que de hecho fueron la desaparición  del edificio y de los archivos, se infringió un durísimo golpe a la institucionalidad nacional  en una de sus ramas, la judicial.  Turbay tuvo que enfrentar, entre muchos hechos violentos, la invasión a la embajada de la República Dominicana que puso a Colombia en el escenario nacional,  como tuvo también a Fujimori un asalto de la misma naturaleza.  Virgilio hizo las paces con los del M-19, los que le infringieron golpe mortal a la justicia colombiana y hoy, sus militantes y orientadores  se han incorporado a la vida democrática del país. Han sido ministros, parlamentarios, gobernadores, embajadores, alcaldes y siguen desempañándose en muchos cargos oficiales.

El más reciente intento de hacer la paz fue el de Andrés en el malhadado Caguán. Las buenas intenciones del país interpretadas por el gobierno se estrellaron  contra  las de las Farc, quienes  no han logrado convencerse que su momento histórico, si es que alguna vez lo tuvieron, ya pasó. Engañaron a todo el mundo hasta cuando el gobierno se hartó y dijo no más, corriendo los riesgos en el momento como los que aún no acaban de concluir. A Andrés,  sus malquerientes políticos le achacan a este legítimo intento de paz el fracaso de su gobierno. Los mismos que así opinan ahora posiblemente, de no haberlo intentado y lo estarían señalando por no haberlo hecho.  A Uribe debe reconocérsele su decisión de acabar con las Farc por la vía militar, con unas fuerzas armadas por cuya recuperación hay que rendirle un tributo de admiración a Andrés Pastrana.

A ningún colombiano, salvo los seguidores y militantes de los alzados en armas, se le puede calificar como amenaza para la paz, esa  que este gobierno legítimamente está tratando de conseguir en las reuniones que comenzaron en Oslo y ahora continúan en La Habana.  Se puede ser optimista o pesimista con respecto a sus resultados, pero por discrepar sobre la manera como se están adelantando y los temas que se están tratando,  no se puede, mejor no se debe, descalificar a quienes así opinan. Opinar así es no es bueno, señor Carrillo; estimule más bien la controversia la cual conduce al enriquecimiento de las ideas y de los procedimientos.