Alfonso Orduz Duarte | El Nuevo Siglo
Sábado, 15 de Noviembre de 2014

Cada loro en su estaca

La sociedad colombiana ha tenido como característica de conducta, la de reconocer el talento encuéntrese este donde se encuentre, para incorporarlo al torrente de la vida nacional. Por no incurrir en omisiones involuntarias, no me atrevo a señalar nombres de personas que desde las más modestas extracciones se han impuesto en la  vida del país por su talento y su conducta. Pero lo cierto es que no se requiere formar parte ni de los altos círculos sociales, ni políticos, ni  intelectuales, ni culturales para hacerse presente en el escenario nacional. Lo que vale y se reconoce es el talento.

Aquí todos somos iguales, la única aristocracia que se reconoce es la que tiene como aureola el talento. Que a unos les hayan sonreído más las posibilidades de surgir que a otros no es justificación para que unos miren a sus congéneres menos afortunados por encima del hombro.

André Maurois en su obra El Arte de Vivir señala algunas normas, digamos más bien consejos, sobre cómo se puede convivir con los semejantes en términos de la conducta o comportamiento mutuos. Dice, por vía de ejemplo, que no se deben compartir situaciones en desarrollo haya camaradería, confianza, familiaridad o similares con personas que de antemano se crea no son de la misma clase. Esto conduce a incomodidades en las dos partes, que pueden terminar en enfrentamientos de clase. Esta premisa descalifica la de la igualdad de todos los seres humanos. Sí, lo somos, pero aquí vale la pena mencionar la tesis de J. J. Rousseau que pregona que todos los seres humanos nacemos iguales, solamente la educación de la sociedad nos cambia, nos daña o nos hace mejores, digamos  unos distintos a otros. Claro que su tesis fue utilizada con fines políticos para descalificar a la sociedad y hacerla responsable. Pero lo cierto es que sea cual fuere la razón científica, somos distintos unos de otros lo cual no puede tolerar, que la desigualdad constituya factor de resentimiento.

El ideal, desde luego, es que todos los ciudadanos sean de la misma índole. ¿Cómo se logra este deseo? Ofreciendo igualdad de oportunidades que comienzan por la salud, la educación, el trabajo, etc.  Cuando se ofrecen estas condiciones si son aprovechadas la compensación se vuelve evidente; resultan así personas bien dispuestas al diario vivir. Si no, hay un fracaso en el proyecto humano individual y colectivo. Estos fenómenos sociales van clasificando a la sociedad. Pretender cambios en este esquema en forma abrupta conduce a revoluciones, a los desmanes alimentados por los rebeldes, no digamos que sin causa, sino alentados por ambiciones que no corresponden a las posibilidades.

Es encomiable tratar de proporcionar a las familias casa que les permita por lo menos sufrir sus carencias en privado. Cuando se tiene resuelto el tema básico de la vivienda, el deseo y la ambición son las de mejorar en la calidad de la misma, uno de cuyos factores es la ubicación. Todo tiene su proceso. Quien quiere dar un salto inadecuado, como aquellos mafiosos ostentosos, no les queda más remedio diferente a hacer el oso. Aquí es válido el dicho popular: cada loro en su estaca. Cuando se cambia de estaca le va mal al loro.