Alfonso Orduz Duarte | El Nuevo Siglo
Sábado, 5 de Diciembre de 2015

A TRAVÉS DEL TEODOLITO

Acabar con la tradición de violencia

LA  ciudadanía colombiana  quiere la paz y que ésta se aclimate en el país. Claro, llevamos tal vez desde la época de la independencia, sin contar los años comprendidos entre el 20 de julio de 1810 y el 7 de agosto de 1819, durante los cuales han existido conflictos de toda naturaleza con enfrentamientos armados entre unos y otros; liberales y conservadores empeñados en resolver sus asuntos y sus discrepancias en los campos de batalla.

 

Siempre han existido estas molestias que le han costado al país mucho sudor y muchas lágrimas. De todos esos conflictos hemos podido salir airosos, como que todavía estamos vivos, si es que cabe la expresión, pero eso sí con unos cuantos muertos en los campos de batalla. En otras palabras, desde la época de la Independencia, no hemos dejado de pelearnos unos con otros. Bien pudiera decirse que estamos acostumbrados a resolver nuestras discrepancias por lo que se llama la vía rápida, pero no ha sido consistente, como lo hemos podido comprobar.

 

El siglo XIX fue prolífico en guerras que tuvieron  origen en las divergencias entre liberales y conservadores; a veces con la activa participación de la Iglesia Católica. Así se vivieron y se sufrieron la “Guerra de los Supremos” (1839 a 1841) originada en San Juan de Pasto; la Guerra Civil de 1854 en la cual fueron actores, Herrera, Melo y Obando.; la “Guerra Civil” entre 1860 y 1862 en la cual participó Tomás Cipriano de Mosquera quien se enfrentó al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez; la “Guerra Civil” de 1876 a 1877 cuyo móvil fueron los ideales de educación. Los conservadores se enfrenaron a Aquileo Parra quien alentaba el laicismo en la educación; la “Guerra Civil” de 1895 que se originó por el intento de golpe de estado  en el cual  liberalismo se empeñó en contra de Miguel Antonio Caro.

 

En la defensa de la institucionalidad aparecen el general Rafael Reyes, el general Santos Acosta era el complotado sin éxito alguno; la “Guerra de los Mil Días” se generó gracias a la intención del partido liberal de apoderarse del gobierno en manos del conservatismo desde 1.886. Como consecuencia de esta reyerta salió el presidente  Sanclemente y se instaló en la primera magistratura José Manuel Marroquín, bajo cuyo gobierno se perdió Panamá. “Me entregaron un país y les devolví dos” fue su cínica y graciosa explicación. Este siglo XIX no descansó de ser testigo de la vía por la cual pretendieron zanjarse los desentendimientos, odios e intolerancia política, “cualidades” que aun hoy están presentes en el espíritu nacional.

 

Todos estos antecedentes son elementos de juico y ejemplo que se deben estar tratando  en las conversaciones de La Habana para que no vuelvan a suceder. En sus buenos resultados  tenemos grandes ilusiones, aunque sabemos que tendremos que superar muchos escrúpulos por la manera como hay que tratar a todos quienes nos han hecho sufrir tanto. Todo en favor de que se aclimate la paz, que hagamos el propósito de la enmienda, la contrición de corazón, la confesión de boca y la satisfacción de obra, como dice tan sabiamente nuestra Santa Madre Iglesia, para poner al pecador en paz consigo mismo y con sus semejantes.