ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Diciembre de 2015

La justicia brilló con esplendor

 

“El delito de Plazas fue cumplir con su deber”

 

LOS colombianos que tenemos tan acendrado el espíritu de crítica, muchas veces en forma injusta, especialmente cuando se trata de la justicia, la cual en muchas ocasiones es calificada como vendida, politizada y abúlica, hemos tenido una demostración de que todos esos calificativos no son justos ni universalmente procedentes.  Las fallas que eventualmente se conocen no hay que atribuírselas a las mañas de la justicia, sino a los errores y fallas de los humanos que son los encargados de administrarla.

En pasadas columnas he hecho glosas a las solicitudes de perdón que han presentado  algunos funcionarios públicos como el presidente Santos y el expresidente Belisario.  No me pareció pertinente, ni necesario, ni  oportuno que se pida perdón por ejercer las funciones que la Constitución y las leyes les exigen para  el cumplimiento de sus funciones. Otra cosa diferente es que haya quienes se excedan en el cumplimiento de las instrucciones que, en ningún momento, pueden ser las de maltratar a quienes se extralimitan o se ponen al margen de la ley.

Pero como lo he mencionado en varias ocasiones, la violencia no es una actitud que se deba ejercer, pero si las circunstancias lo exigen, no se puede ni se debe instruir a quienes están encargados que en el evento de enfrentarse  lo hagan con violencia pero con poquita. Eso no cabe en el pensamiento de nadie, porque el ser humano tiene una tendencia de conducta que difícilmente obedece las normas bíblicas de poner la otra mejilla cuando una ha sido golpeada; más bien como que se inclina por la otra lección bíblica que dice:  “ojo por ojo y diente por diente.” A nadie se le puede exigir que sea violento, como tampoco que lo sea pero poquito. De ahí que quien debe pedir perdón es quien se ha extralimitado en el cumplimiento de sus tareas.

Cuando lo alzados en armas dirigidos por la plana mayor del M-19 pretendieron tomarse el Palacio de Justicia, de hecho se lo tomaron, no pretendían sino imponer su ley, quebrantar la majestad de la ésta y bajo el poder amenazante de las armas  poner a deliberar a las cortes que deberían entonces juzgar al entonces presidente Belisario, no se sabe bien acusado de cuales cargos. Las fuerzas de la ley se personaron del asunto y pronto se presentaron al lugar de los acontecimientos.  Luego de fuertes combates y el asesinato de lo más granado de la inteligencia colombiana representada por los magistrados, fue recuperado el imperio de la ley.

Nuestras leyes o la aplicación de las mismas son de una índole tal, que todos los alzados en armas salvo los que cayeron en la confrontación, se incorporaron a la vida civil. Han sido ministros, parlamentarios, en fin incorporados a lo cotidiano nacional. Aun hoy así es. En forma notoria militan en la vida nacional. A la vez,  los encargados de vigilar el orden público y la permanencia de la ley y las instituciones, fueron acusados. El desconcierto ciudadano ha sido total. Sin embargo, el reconocimiento de la justicia colombiana en todo su valor ha quedado patente con la absolución del coronel Plazas injustamente acusado y detenido por varios años. Hoy está libre, como deben estar todos aquellos que han sido acusados y detenidos injustamente. Cumplir con su deber fue se “delito.” Con el fallo absolutorio del coronel Plazas, se recupera la confianza en la justicia que con esta determinación cobra nuevamente brillo.