ANDRÉS MOLANO ROJAS | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Febrero de 2013

Una lección regia

 

La abdicación de la reina Beatriz en favor de su hijo Guillermo, anunciada la semana anterior, parece confirmar cierta costumbre constitucional de los Países Bajos, a saber: que sus monarcas, en lugar de aferrarse al trono hasta la muerte, ceden el testigo a la generación siguiente cuando ha llegado el momento en que la juzgan suficientemente madura y preparada para llevar a cuestas la corona.  Lo hicieron así la reina Juliana y la reina Guillermina. Y ojalá lo haga también, con arreglo a la práctica de sus predecesoras, el rey Guillermo Alejandro en unos años.

¿Qué sentido tiene, a fin de cuentas, aferrarse al poder -incluso al puramente simbólico- que encarnan hoy las monarquías? ¿A cuenta de qué prolongarse innecesariamente en el oficio de rey?  La prudencia consiste a veces, precisamente, en saber cuándo retirarse, en abandonar con discreción ese lugar que uno ha ocupado hasta entonces en la escena del mundo y dejar que otros vengan a llenarlo. Sin vanidades, sin apegos. Porque a fin de cuentas todo poder corrompe -como decía Lord Acton- y es por lo tanto un alivio moral abandonarlo.

Cuentan los biógrafos que el gran humanista Erasmo de Rotterdam -holandés también, como la reina que en poco se convertirá en princesa-, aconsejó una vez al emperador Carlos I de España y V de Alemania para que renunciara al trono si ocurría que no podía gobernar sobre sus súbitos sin recurrir permanentemente a la guerra y el uso de la fuerza.  Y así quedó consignado expresamente en su Manual del caballero cristiano, que en buena hora deberían leer hoy muchos hombres y mujeres dedicados al servicio público. Tal vez en eso pensaba el César Carlos cuando decidió abdicar, repartir sus dominios entre su hermano Fernando y su hijo Felipe, y retirarse al monasterio de Yuste en 1556.  La Reforma y la Contrarreforma habían conducido a Europa a las Guerras de Religión que se prolongarían por casi un siglo y quizá en los oídos del Emperador resonaron las admoniciones de Erasmo.

¡Vaya lección regia que harían bien en atender algunos mandamases, menos nobles y menos grandes, en distintos lugares del mundo! Qué gran favor le harían a sus pueblos Bachar al Assad y Robert Mugabe! Qué bien le sentaría a la democracia en Venezuela que Chávez también rindiera crédito a la naturaleza. Qué gran servicio le prestaría a Colombia, también, el expresidente Uribe, si abdicara de una vez por todas de ese poder que ya no tiene pero sigue ambicionando. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales