ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Septiembre de 2013

La verdad, toda la verdad

Estaba en mora el Gobierno de compartir con el país una hoja de ruta en relación con la implementación de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia que puso término al pleito iniciado por Nicaragua contra Colombia en 2001; a sus ambiciones sobre las islas y formaciones marítimas del archipiélago; y al estado de indefinición en que se encontraban los derechos de ambos Estados sobre aguas del Caribe, al no existir delimitación alguna -como bien lo dijo el mismo tribunal en 2007-.  Lamentablemente, el discurso del presidente Santos sobre la esperada “Estrategia Integral” frente al fallo fue deliberadamente ambiguo, reforzó una narrativa equivocada y engañosa, y confirma el enorme (y nocivo) peso que los cálculos de política interna y preocupaciones electorales han tenido en el manejo del escenario pos-fallo.

La verdad es que el país ha sido conducido por la senda más larga posible que de la “inaplicabilidad” conduce a la “aplicabilidad”, y por lo tanto al cumplimiento del dictamen de la CIJ. La verdad es que en lo más esencial y sustantivo, su ejecución no requiere de un tratado; y que la demanda de inconstitucionalidad de la ley aprobatoria del Pacto de Bogotá no es más que un ejercicio de gimnasia jurídica pensado para “pasar la pelota” por un rato a la Corte Constitucional, diluir la responsabilidad del Gobierno, y ganar tiempo de cara al próximo proceso electoral.

La verdad es que el fallo de La Haya no es una patente de corso para que Nicaragua haga lo que le dé la gana.  La verdad es que la innovadora “zona contigua integral”, más que proteger derechos de pobladores e intereses nacionales, puede llegar a convertirse en combustible de futuras tensiones con Managua, y cuyo escalamiento tener consecuencias imprevisibles.  La verdad es que quien dice “tratado con Nicaragua” dice negociación -aunque no pronuncie la palabra- y que la base de esa negociación no podrá ser distinta del fallo de marras: no se puede hacer como si éste, no existiera.  La verdad es que Colombia no es la única que puede garantizar la preservación de Seaflower, ni la seguridad en esa parte del Caribe Occidental.  La verdad es que una carta a Ban Ki-moon es un saludo a la bandera, y que la convergencia con Costa Rica, Panamá o Jamaica es parcial y limitada; y existen con ellos intereses no sólo divergentes, sino opuestos.  La verdad es que el país sigue confundido, y no le han dicho toda la verdad.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales