ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Junio de 2014

Duele Venezuela

 

Ningún  demócrata comprometido puede hacer la vista gorda frente a lo que desde hace rato, pero especialmente durante este primer semestre de 2014, viene ocurriendo en Venezuela.  El suicidio de las elites políticas, la pérdida de confianza en las instituciones, la prolongación de la deuda social no obstante la abundancia de recursos, la descomposición del sistema de partidos y la precariedad del liderazgo político y empresarial, junto con otros factores, allanaron el camino que condujo al ascenso del chavismo al poder.  Este, a su vez, ha llevado a Venezuela al limbo en que se encuentra: a la erosión de la democracia mientras se tensionan sus formas casi hasta romperlas, a una polarización cada vez más radical de la sociedad, a su directa o indirecta militarización, a la quiebra del Estado de Derecho, y a un estado de crispación permanente cuyo desenlace es cada vez más difícil de prever.

Duele Venezuela por la penuria que padece; por la forma en que el petróleo, en lugar de generar riqueza, acabó financiando la supervivencia del régimen (afuera y dentro de Venezuela), y se empleó para construir un espejismo de bienestar social que ahora empieza a develarse como lo que es:  una falsa e insostenible promesa.  Duele la censura, la persecución política, la suerte de los estudiantes. Y duele además la propia oposición democrática:  desarticulada, fragmentada, presa de recelos y rencores personales.  Duele el adoctrinamiento político de las nuevas generaciones mediante un sistema educativo ideologizado. Duele también el paulatino cerramiento del sistema político, la desinstitucionalización -por la que incluso apuestan, sin reparar en sus implicaciones-, algunos demócratas de buenas intenciones.

Y duele también ver la grave situación de Venezuela convertida en caballito de batalla de algún candidato a la Presidencia de Colombia.  Duele que para contribuir al remedio de los padecimientos del vecino país se apele a la confrontación con su Gobierno. Duele que la tragedia venezolana se emplee para alimentar el miedo a eso que algunos llaman “castrochavismo”, y que en realidad es una distracción del riesgo real y presente de que Colombia llegue al mismo destino que Venezuela por un camino parecido, aunque de signo ideológico distinto.  Duele que se proclame que “el silencio nos hace cómplices” para anunciar una estrategia tan sonora como engañosa y contraproducente: sonora en términos electorales, engañosa porque poco o nada contribuirá a que Venezuela salga de la crisis que atraviesa, y contraproducente para los verdaderos intereses de Colombia, tanto en la zona de frontera como en el contexto regional suramericano.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales