CON PACIENCIA, diálogo y sagacidad política, el presidente francés Emmanuel Macron logró designar un primer ministro que suscita más apoyo que resistencia por su experiencia, credibilidad, respeto y, sobre todo, su capacidad para alcanzar consensos.
En la antesala de cumplirse dos meses de bloqueo institucional por el fragmentado parlamento surgido de la elección legislativa que, como se recordará, Macron anticipó tras el avance de la extrema derecha en las elecciones europeas, el mandatario anunció que el conservador Michel Barnier será el jefe de gobierno, escogencia que con excepción de la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular (NFP), fue de buen recibo.
Pero vale aclarar que el NFP no cuestionó la figura de Barnier, a quien reconocen su trayectoria política y gestión especialmente cuando fungió como negociador europeo del Brexit, sino el hecho de que el jefe de Estado galo no aceptará a los candidatos suyos para el cargo al que aseguran tienen derecho -más que cualquier otro- por haber sido la formación más votada en las dos rondas de las legislativas (30 de junio y 7 de julio). Como se recordará, la coalición gobernante quedó en segundo lugar, logrando su objetivo de evitar un triunfo de Agrupación Nacional, la extrema derecha liderada por Marine Le Pen.
Desde la noche de ese 7 de julio el panorama político francés fue muy complejo y parecía no tener salida. Con la realización de los Juegos Olímpicos encima aumentaban las presiones sobre Macron quién, sin embargo, optó por “darle tiempo al tiempo”. En otras palabras, cumplir con exigencia y excelencia la realización del magno evento deportivo para luego abocar el fin del bloqueo institucional.
Ese interregno le permitió estudiar los tres escenarios posibles: cohabitación, dimisión o gobierno técnico. Los dos primeros los descartó de plano ya que su mandato va hasta 2027, por lo que no iba a dejar su proyecto político inconcluso; y compartir la conducción del país con un representante de otro partido, bien fuera de la izquierda o el extremo de la derecha era, de suyo, una contravía en su agenda programática.
Esta pausa le permitió al centrista presidente galo realizar varias consultas políticas, incluidos algunos exmandatarios como el conservador Nicolás Sarkozy y el socialista Francois Hollande, representantes de las dos fuerzas tradicionales mayoritarias. Fue así como tras detallados análisis para poner fin a la parálisis parlamentaria y gubernamental encontró en Barnier, un hombre programático y confiable, la solución, al menos inmediata y con gran posibilidad de que sea de largo aliento.
Es una acertada escogencia más no garantiza que sea la salida definitiva y así lo admitió el Palacio del Elíseo al hacerlo oficial, tras la reunión de Macron con Barnier, a quién “encargó la formación de un gobierno de unidad", al término de semanas de consultas "sin precedentes" para garantizar un nombramiento "lo más estable posible".
A diferencia de sus países vecinos, el presidente francés comparte el poder ejecutivo con el primer ministro, que puede ser de otro color político, y tiene la competencia de nombrarlo, sin pedir la aprobación del Parlamento, tal cual acaba de hacerlo luego que otras opciones como el expremier socialista Bernard Cazeneuve y el presidente regional de derecha Xavier Bertrand no lograran asegurarse un cierto período de estabilidad inicial.
Lucie Castets, la candidata de la coalición de izquierdas NFP que tiene en el Parlamento el mayor número de diputados (193) no fue considerada por Macron por la misma razón arriba expuesta, por considerar que un gobierno ‘unidad’ (técnico) es mejor que una cohabitación política, pero sobre todo por la posibilidad de que diera reversa a los avances económicos y en la reforma pensional.
Así, el presidente Macron apuesta por un jefe de gobierno que gracias a su trayectoria y reconocimiento busque consensos que permitan avanzan en la agenda legislativa. Y en ese sentido, la primera misión de Barnier en un escenario de tan múltiples como difíciles retos será lograr una mayoría que evite su rápida censura en el dividido Parlamento.
También deberá presentar al Parlamento para el 1 de octubre los presupuestos de 2025 y confirmar si sigue la recomendación del ministro de Economía en funciones, Bruno Le Maire, de llevar a cabo recortes para reducir el déficit.
El excomisario europeo, jefe negociador de la salida del Reino Unido de la Unión Europea y varias veces ministro en Francia, parte con el apoyo de la alianza gobernante y Los Republicanos, el tradicional partido conservador. Mientras Agrupación Nacional, al igual que el Nuevo Frente Popular (izquierdas) le otorgaron un compás de espera para conocer su programa y posición frente a lo que consideran ‘líneas rojas’ en temas de alto impacto social.
Marine Le Pen descartó por ahora una moción de censura a la espera de escuchar los lineamientos políticos del elegido por Macron, aunque le reiteró sus prioridades: el poder adquisitivo, luchar contra la "inmigración fuera de control" y la inseguridad, y modificar el sistema electoral.
Izquierda, indignada
Este compás de espera de Le Pen y su partido fue calificado por la izquierda como un primer paso velado hacia una futura cohabitación y denunció que la ‘jugada política’ de Macron desconoce los resultados de las parlamentarias.
"La negación democrática alcanza su apogeo", criticó en redes sociales el líder socialista, Olivier Faure, que destacó que Barnier procede de la familia política de Los Republicanos, que "quedó en cuarta posición" en los últimos comicios.
Además, recordó que Barnier no se implicó en el denominado "frente republicano", como se conoce en Francia a la alianza entre distintos bloques para evitar el ascenso al poder de la ultraderecha. "Entramos en una crisis de régimen", aseguró.
Por su parte, el excandidato presidencial y diputado Jean-Luc Mélenchon, miembro de La Francia Insumisa (LFI), acusó al mandatario francés de "robar" la voluntad popular el optar por un ministro que "tiene el permiso" de Agrupación Nacional, el partido de Le Pen y Jordan Bardella. Para Mélenchon, se está gestando "el Gobierno de Macron y Le Pen".
Tanto Bardella como Le Pen han apuntado en sus primeras reacciones que juzgarán el discurso político de Barnier a la hora de decidir si lo apoyan, teniendo en cuenta "urgencias" como el poder adquisitivo, la inseguridad o la inmigración. "Nos reservamos todas las opciones políticas si no es así en las próximas semanas", expresó Bardella, que ha pedido "respeto" para los once millones de votantes de su partido.
A paso lento pero seguro
De fuerte arraigo conservador, como lo ha plasmado en la gestión de sus diversos cargos públicos, y con la virtud de saber escuchar para alcanzar puntos de encuentro en situaciones complejas, Barnier es un veterano político curtido en negociaciones difíciles como el divorcio entre la Unión Europea y el Reino Unido, más conocido como Brexit.
Su larga trayectoria política, iniciada en 1973, podría ser una baza. Además de diputado y senador, Barnier fue ministro entre 1993 y 2009 de varios ramos bajo las presidencias de Francoise Mitterrand, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy.
Fue en Bruselas, como negociador de la UE ante el Reino Unido entre 2016 y 2021, que este hombre nacido en 1951 en La Tronche, a los pies de los Alpes franceses, se forjó su estatura de político pragmático y confiable.
Admirador del héroe de la Segunda Guerra Mundial y presidente francés Charles de Gaulle, Barnier se define como un "patriota y europeo", pero su visión del proyecto europeo pasa por defender la soberanía nacional, en lugar de una mayor unión.
El nuevo primer ministro, apodado por la extrema derecha como el "Joe Biden francés", debe convencer al resto de formaciones de una Francia sumida en una profunda crisis política sobre la conveniencia de un gobierno de unidad una tarea que, aunque no se vislumbra fácil, puede logar.
Casado y padre de tres hijos, al nuevo jefe de gobierno francés le gustan las montañas por las enseñanzas de paciencia y determinación que deja recorrerlas. "¿Qué aprendemos como regla cuando nos gusta caminar por la montaña? Aprendemos a poner un pie delante del otro, porque el camino puede ser escarpado", dijo en años pasados, apuntando a que "siempre hay que mirar hacia la cumbre".
En su primera declaración como primer ministro manifestó que "Se va a necesitar mucha escucha y mucho respeto. Respeto entre el gobierno y el Parlamento, por todas las fuerzas políticas (...) y voy a empezar a trabajar en ello desde ya".
Tiene la voluntad, la paciencia y la capacidad para poner restablecer la convivencia armónica entre gobierno y Parlamento. Si lo hace se convertirá en el mayor logro en las postrimerías de su carrera política.