Andrés Molano Rojas* | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Noviembre de 2014

Los nuevos bantustanes

Probablemente las generaciones que estudian hoy día en las facultades de Relaciones Internacionales no han oído jamás en su vida hablar de los "bantustanes" -como Transkei y Venda-, que el régimen racista surafricano constituyó entre 1959 y 1994. Tal vez deberían empezar a estudiarlos, para decantar algunas lecciones que en el estado actual de desorden mundial podrían resultar de utilidad para entender lo que ocurre en lugares tan distantes (y en contextos tan diferentes) como el Cáucaso, el Este de Ucrania, los Balcanes o Nicaragua.

Los bantustanes fueron creados para reforzar la política de apartheid. En estas “reservas tribales” se confinaban poblaciones no blancas, étnicamente homogéneas, para mantenerlas segregadas. Se pretendía debilitar así las reivindicaciones de las mayorías negras, y evadir de paso el reproche internacional.  Veinte enclaves como estos fueron establecidos en Suráfrica y Namibia, y a todos ellos Pretoria les otorgó un grado mayor o menor de autogobierno.  Algunos se declararon independientes y reconocidos como tales por Suráfrica, aunque su "soberanía" fuera puramente nominal.  Llegado el momento, los bantustanes se reconocieron recíprocamente, en peculiar muestra de solidaridad.  Ningún otro Estado en el mundo lo hizo.

Es evidente el parecido con Osetia del Sur y Abjasia (cuya independencia de Georgia sólo reconocen Rusia, Venezuela, Nicaragua y Nauru; y los inverosímiles Transnistria y Nagorno-Karabaj), o con las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (proclamadas en abril pasado, al fragor de la crisis del Euromaidán en Ucrania). Resulta inevitable evocar también el experimento de Washington y de Bruselas de apadrinar y subsidiar un Estado albano-kosovar tras las guerras de la antigua Yugoslavia. O sospechar que una cosa similar se cocina en Nicaragua, con la excusa de construir un "Gran Canal”, que acaso encubre en realidad un ambicioso proyecto de land grabbing y transvase demográfico. En todos estos casos opera exactamente la misma lógica:  la de crear hechos cumplidos, situaciones de facto contrarias al derecho (tanto al orden jurídico interno como a la ley internacional) mediante el establecimiento de enclaves territoriales (y poblacionales), que sirven a complejos intereses geopolíticos: redefinir zonas de influencia, debilitar o inhibir potenciales rivales, promover regímenes afines en detrimento de la independencia política efectiva de otros Estados, e incluso, controlar físicamente áreas y recursos de alto valor estratégico.

Así son losnuevos bantustanes: feudos extractivos, áreas de amortiguamiento, injertos identitarios, veladas formas de clientelismo y vasallaje.  La versión sofisticada y refinada de una perversa invención surafricana, convertida en lugar común (y comodín) de la política mundial del siglo XXl.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales