ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Noviembre de 2012

Gracias por llamar

 

¿Cuántos  mensajes de felicitación habrá recibido Barack Obama luego de su reelección? Por supuesto, no le alcanzarían los cuatro años de su segundo período si se dedicara a contestarlos todos y cada uno de ellos personalmente. Ni siquiera aunque se limitara a agradecer sólo a sus homólogos, jefes de Estado y de Gobierno de otras naciones. El país se deslizaría por el abismo fiscal mientras, entre otras cosas, logran salvarse los obstáculos derivados de las diferencias horarias y de las agendas de sus interlocutores. Así que la solución que se impone, por razones prácticas, es elegir unos cuantos y devolverles la llamada, mientras el Departamento de Estado y a los embajadores se encargan del resto.

Que en esta ocasión la Casa Blanca haya incluido al presidente Santos en la lista de mandatarios a los que Obama “llamó de vuelta” -como dirían los hispanos en las calles de Miami- no pasó inadvertido para un país que tiende, con enorme facilidad, a descrestarse con las formas y la cortesía (quizá por su carencia de ellas), a sobredimensionar los gestos ajenos, y a aprovechar cualquier ocasión para autojustificarse.

La verdad es que la llamada de Obama significa muy poco, como tampoco significa mucho que ni el presidente Calderón -de México-, ni Yoshihiko Noda -primer ministro japonés- hayan sido objeto de la deferencia que tuvo para con Santos la diplomacia estadounidense. Ello no erosionará sus relaciones ni es signo de distanciamiento entre ellos. Pero tampoco al contrario: aunque nadie duda de la profundidad y la intensidad de las relaciones colombo-estadounidenses, la llamada de Obama no hará de Colombia una prioridad para Estados Unidos, ni representa un ascenso en el estatus del país en la escena internacional.

En lugar de estar desentrañando misterios donde no los hay, y en vez de darle a los acontecimientos más implicaciones de las que realmente tienen, el país debería preocuparse por otros asuntos ligados a la relación bilateral: por adecuar su infraestructura física e institucional a los desafíos -y sobre todo a las oportunidades- que plantea el TLC, por los “Diálogos de Alto Nivel” que en temas como ciencia y tecnología aún no lo tienen, entre otros. Todo ello mientras asimila el hecho de que aun siendo indispensable, la relación con Washington no puede monopolizar su perspectiva exterior, y mientras supera el complejo de “menor edad” y algunas otras taras, como su infantil propensión al descreste, que tanto mal le han hecho a sus esfuerzos por ocupar un lugar propio en el mundo.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales