En el Ministerio de Trabajo deben andar desorbitados tratando de reglamentar el trabajo por horas en un año bisiesto, que es como regular la cuadratura del círculo, porque los científicos, registrando el movimiento de la tierra alrededor del sol, descubrieron un desfase por la duración del año trópico, que oficialmente no tiene 365, sino 365.25 días y por la “Ley de Charles” (como decían en el colegio, “charles machete”) al calendario decidieron añadir un día cada 4 años.
El Emperador Julio César, viendo estrellas por la belleza de la reina egipcia Cleopatra -quien también puso a Marco Antonio a girar en torno de su órbita geoestacionaria- allí en Egipto le encomendó a Sosígenes, reputado astrónomo y matemático, en latín, la tarea: bis sextus dies ante calendas martii (repítase el sexto día antes del primer día del mes de marzo) que correspondería a un día extra intercalado entre el 23 y el 24 de febrero, pero el Papa Gregorio XIII dictó en 1582– vía Bula Inter Gravissimas- Sentencia de Unificación sobre la materia y decidió que era mejor meterlo al final del mes y entonces se inventó el día 29 de febrero, es decir, mañana, a resultas de lo cual cada cuatro años se corrige el año calendario por una acumulación de aproximadamente 1/4 de día por año que equivale a un día extra y así se logró -con la ayuda del compás del astrónomo jesuita Christopher Clavius- la cuadratura del círculo, con ese calendario gregoriano; la compensación de los desfases que tenía acumulados el calendario romano obligó a que el año 46 a.C. se convirtiera en el año más largo de la historia, con 445 días de duración, para compensar e iniciar nuevamente de cero. Dicen las escrituras de Santa Wikipedia que a este inusual año se le llamó “el año de la confusión”.
Pero no faltaron las aves de mal agüero, quienes dijeron que el año “bisiesto era siniestro” y descubrieron que en unos de tales años espurios se hundió el Titanic, comenzó la guerra civil española, asesinaron a Luther King, Mahatma Gandhi, Robert Kennedy y a John Lennon, pero no tuvieron en cuenta que en las mismas calendas vio la luz la penicilina, que tanto va servir en este año a los chinos, en cuyo horóscopo milenario conmemoran en 2020 (aunque allá andan por el año 4718) el advenimiento de la rata de metal, un signo asociado a la prosperidad, a la supervivencia y a la buena salud, pero ha coincidido con un gran siniestro que vino a tirarse en todo: la aparición del maldito coronavirus, con sabor no a rata sino a murciélago en caldo de wonton y debemos estar alerta, pues está comprobado que cuando China estornuda, el mundo entero se resfría.
Y nuestros hermanos separados, los judíos, andan en otro lío, pues su calendario marca el año 5780, cuyo conteo comenzó -Rosh Hashaná- cuando ocurrió la creación de Adán y Eva, pero el feliz año allá se lo darán el 18 de septiembre, cuando gritarán Shaná Tová y en ese momento se escuchará el sonido del shofar -el cuerno del carnero- mientras siguen esperando a su Mesías prometido, porque el nuestro no los pudo convencer.