Estamos empezando a vivir una nueva inquisición. Lo conocido la semana pasada sobre la quema de más de 4.700 libros en Canadá con el objetivo de lograr la reconciliación de los pueblos es la demostración. La agenda de lo políticamente correcto está llegando al extremo de implementar prácticas tan abominables como las que utilizó el Nazismo.
Es absurdo ver como en un país avanzado y desarrollado como Canadá, la ministra de Educación justifique la quema de libros infantiles como Tintín y Asterix por considerarlos ofensivos con los pueblos indígenas. Pero es más increíble aún que esgrima, como argumento para defender la acción, que con las cenizas de los libros quemados se plantaron árboles como símbolo de unificación de esos pueblos. ¿En qué época estamos viviendo para que desde un gobierno progresista se piense que no es con educación sino con quema de libros como se debe reconciliar la Humanidad? ¿Y que no es a través de conocer la historia sino desapareciéndola como se les honra?
Es tan absurdo este episodio que ha salido a la luz, que no en vano se ha citado una y otra vez al poeta alemán Heinrich Heine cuando criticando acciones del Nazismo en 1933 dijo: “Donde se queman libros se terminan quemando también personas”. No me sorprendería que por el camino que hemos empezado a recorrer en torno a ciertas reivindicaciones, se termine con el aniquilamiento de personas. La intolerancia está llegando a tal punto que se están repitiendo prácticas Nazis, justificadas por una “causa noble”. Pero olvidan muchos, que en la época de Hitler sus copartidarios también creían que su causa era noble.
Es tan grave lo que viene ocurriendo, que la intolerancia se ha apoderado de todos los actores del pensamiento. De hecho, me ha causado gracia que unos “chiquitines” aglomerados en una especie de secta twittera, que se dice “libertaria”, se dedican a atacar a quienes no coinciden con su doctrina. El radicalismo ha llegado a tanto que los que se identifican con ideas que promueven la libertad absoluta, han decidido anular a quienes no están de acuerdo con ellos. No es que lo que pasa con unos cuantos fanáticos en Twitter sea relevante, pero lo que demuestra es como hasta quienes se proclaman defensores de la libertad absoluta utilizan prácticas que buscan cercenarla.
Tristemente de esta tendencia no está escapando casi nadie. Muchos han empezado a creer que cuando hay una causa noble se justifica lo autoritario, olvidando que cada uno cree que su causa lo es. Hemos entrado en una especie de inquisición, cayendo en el facilismo de alimentar la creencia de que el no piensa como yo debe eliminarse. Claro que vivir en democracia y en el acuerdo es retador, no tener que ceder es más cómodo que hacerlo. Entender que no todos ven el mundo como yo es un ejercicio complejo que requiere de reflexión y no todos están dispuestos a ello. Sin embargo, eso es lo que ha intentado defender en occidente. Por eso nos ha conmovido profundamente lo sucedido en Afganistán con los talibanes, porque entendemos el retroceso que significa un régimen que no acepta al que piensa diferente. Que esto nos muestre que por más “justa” y reivindicadora que sea y parezca una causa, nunca justifica la eliminación y desaparición del contrario.