Entre los factores que hacen parte integral se la seguridad ciudadana se encuentra la ciudad como tal; todo habitante de una villa se queja de las deficiencia que en ella encuentra y aspira que toda la urbe se haya concebido con el único fin de servirlo, concepto que tiene una lógica pues las autoridades luchan por lograr un ambiente apacible, seguro y plácido, donde los ciudadanos disfruten la vida, porque ese es el mundo ideal. Pero aquellos habitantes de los centros aspiran a recibir y deleitarse, sin compromisos de dar o colaborar, generándose una especie de indolencia hacia todo lo relacionado con la urbe. Es por ello que se hace imperiosa la necesidad de motivar al ciudadano para que, independiente de su procedencia, construya un sentimiento de aprecio por el terruño que le brinda a él y su prole, vivienda, educación, trabajo y recreación.
La mayoría, por no decir todas los momentos de alteración, accidentes, incidentes y demás escenarios que trastornan la paz y tranquilidad, se producen por falta de civismo, ese civismo que nos invita a respetar nuestros congéneres y forjar un sentimiento de afecto hacia la localidad y sus habitantes; las capitales desarrolladas sin apego antes que forjar confianza impelen miedo, y ese miedo nos lleva a la presión de la inseguridad y descontento contra el terruño, encontrando en el medio seres inconformes, a quienes invade un temor que no los deja llevar una vida en armonía, disfrutar de las zonas de recreación y lugares de esparcimiento o intercambiar información con algunos vecinos. Es decir, ven riesgos en cada acto de la vida ciudadana, antes que armonía, orden y seguridad, una grave situación y difícil reto para las autoridades que deben recuperar la fraternidad y civilidad.
Me remito a las pruebas: el barrio Rosales hace unos años era un remanso de paz, nada amenazaba su tranquilidad y menos la seguridad. Se presentaron meses atrás algunos brotes de inseguridad (residencias asaltadas y amenazas a la sociedad), lo que conllevo a tener hoy los edificios erizados de rejas, circuitos de energía y cámaras en cada esquina, obligando a sus residentes a vivir a la defensiva por la falta de civismo. Si existiera un tejido social de amistad y colaboración, si tan siquiera los residentes nos conociéramos y comunicáramos, la situación cambiaría. Cuánta falta hace salir, utilizar los parques y disfrutar la comunicación con los vecinos.
Permítanme evocar al exalcalde Mockus, quién se desveló por hacer de cada ciudadano un hombre comprometido con la ciudad, respetuoso de las normas y observador de la ley. Batalló por civilizar las actuaciones mediante la cultura ciudadana. Por todo lo anterior es urgente que las autoridades, y más específicamente las administraciones, desarrollen una estrategia con miras a organizar el tejido social que direccione los ciudadanos hacia una cultura de ciudad.