La adhesión de Roy Barreras a la campaña de Gustavo Petro ha desatado críticas a raíz del saltimbanquismo político del senador vallecaucano, otrora uribista, luego santista y ahora alfil del chavismo en su versión colombiana. Desde otro punto de vista, sin embargo, Barreras es muy consistente: siempre es gobiernista. Más allá de su desacierto en el 2018 al apoyar a Germán Vargas Lleras -en un momento el favorito para suceder a Juan Manuel Santos- su indudable talento de situarse junto al poder efectivo o incipiente podría ser un preludio a la fuga masiva de capitales, el colapso final del peso y una larga serie de expropiaciones.
Aunque prefiero evitar dicho escenario, el problema que percibo es que las alternativas al chavismo carecen de todo atractivo salvo el no ser Petro. Yo solía pensar que esto era suficiente. Según el concepto antiguo de la vía negativa que ha revivido Nassim Taleb, suele ser mejor evitar un error o una pérdida ruinosa que correr un riesgo desmesurado en el intento de obtener una ganancia incierta.
Trasladado a la política colombiana, mantener la tradición de gobiernos mediocres, de bajo crecimiento económico y de triviales ambiciones geopolíticas es preferible a apuntarle a algo más grandioso, siempre y cuando se evite el riesgo de caer en manos de un socialista megalómano según la desastrosa tradición de Fidel Castro y Hugo Chávez.
En el caso de Iván Duque es probable que haya obtenido su mayor logro antes de posesionarse como presidente; el solo hecho de haber impedido que Petro ganara las últimas elecciones merece el máximo reconocimiento. Pero es evidente también que gobernar no puede limitarse a la vía negativa; pocos aprueban de un gobierno por las cosas loables que no hizo, como no haber causado hiperinflación o haber evitado la escasez masiva de productos básicos.
En un plano estrictamente lógico, esto es un sinsentido. A diferencia de Federico Bastiat, ¿por qué no apreciamos los beneficios de lo que no se ve de la misma manera que juzgamos los resultados de una política pro-activa? En realidad, las emociones predominan en la política y, si nadie inspira al individuo para que dé lo mejor de sí mismo, no será difícil conmocionar al colectivo para que salga a la luz lo peor.
La realidad de Colombia es que la única alternativa al chavismo local es continuar con el crecimiento de la burocracia, el alza de los impuestos y el proteccionismo a costa del consumidor, como el que impulsan los congresistas del Centro Democrático que exigen aranceles para confeccionistas cuya meta es ser inmunes a la competencia.
Es realmente precaria la situación si estos arquitectos del atraso son los únicos capaces de impedir una potencial debacle económica y hasta humanitaria. Pero Colombia es un país tan cartelizado que hasta quien quiera hacer política por fuera del sistema dominante se enfrenta a inmensas barreras de entrada al mercado, como las “pólizas de seriedad” electorales.
Aún hay esperanza. Pero, como bien sabía Virgilio, el tiempo corre sin reparo.