Cuando se está inmerso en una campaña política, todos creemos que los demás están en las mismas: pensamos que todos están reflexionando su voto, atentos a los debates, a las giras y a las encuestas y consientes de las representaciones que se van a elegir. Sin embargo, muchos aún no diferencian entre Senado y Cámara de Representantes ni sus circunscripciones ni el por qué se acude a consultas para escoger candidatos a la Presidencia.
Aunque no falta el tema político en las conversaciones y el debate en cafés, en la calle o en el taxi, con polarización frente a la izquierda y la derecha, a la hora de la verdad hay indiferencia. Así, por ejemplo, en el plebiscito por el Sí o el No a los acuerdos con las Farc, la abstención llegó al 62%. Es decir de los 35 millones de personas habilitadas para votar solo votamos 13 millones. Así, en cualquier tienda o reunión puede pensarse que de 10 personas sólo votarán 4, es decir, menos de la mitad.
Asuntos como la corrupción desestimulan sin duda el deseo de realizar el principal ejercicio de la democracia como es el voto. Entonces se torna viscoso el objeto de la política con la misión de transformar una realidad y mejorarla o del político como el interlocutor de las necesidades de la sociedad y presenta sus alternativas de solución. Es entonces cuando no es fácil transmitir, a quienes poco creen, que el ejercicio de la política es simplemente un servicio y como tal debe ser efectivo y transparente.
Igual se encuentra que muchos no vislumbran la diferencia entre quienes se postulan para el Senado con quienes lo hacen a la Cámara, como tampoco si se trata de la representación de una región o de la Nación en general.
Si bien las atribuciones son distintas, es claro que en el Congreso el representante por Bogotá está para legislar en temas que convengan a la nación y por ende a la ciudad y en especial para ejercer un control político a las circunstancias que atañen a la capital. En especial debe prestarse la atención a las obras que pueden ser cofinanciadas por la Nación y de otra parte la necesidad de legislar en temas como el Estatuto Orgánico para Bogotá, como ciudad capital, cuya visión no ha cambiado desde su promulgación en el año 93.
Hay que volver a proyectar la política como un servicio. Para Bogotá se hace imperativo irradiar una nueva visión: la ciudad de las oportunidades con más y mejores servicios. Esto comienza por proteger la vida de sus habitantes con servicios esenciales como son la seguridad, la atención en salud y la conservación del medio ambiente.
Estos son la base para alcanzar una mayor competitividad y mejor calidad de vida con obras para la movilidad y el transporte de gran envergadura. A partir de ahí podremos proyectar una Bogotá de talento, innovación y tecnología, teniendo en cuenta que la ciudad produce el 29% del PIB nacional y que de éste el 70% corresponde a la generación de servicios. Quienes aquí vivimos o trabajamos podríamos tener un homogéneo acceso de servicios, por localidad, para el mejor vivir en esta Ciudad de ciudades.
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