Buen viaje, poeta | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Septiembre de 2022

La biblioteca de Juan Gustavo Cobo Borda no estaba en su apartamento sino en el del lado. Era su refugio, el lugar donde guardaba miles de libros: en los gabinetes de la cocina, en el horno, en los closets, en los cajones del baño. Un lugar tan exótico como él mismo, una especie de muñeco angelino gigante, dulce, conversador, lúcido, divertido. 

Siempre que recuerdo ese lugar pienso en su poema “El Último, el Primer Libro”, que empieza así:

“y yo que pensaba seducirte

con libros

Cercarte por todos lados

Con viejas ediciones encuadernadas,

Avasallarte con incunables”

Conocí a Juan Gustavo Cobo Borda en el 2009. Me preguntó, más bien me disparó un: “a usted le gusta Mario Benedetti?” que acababa de morir, y yo le dije, “por supuesto”. Y me dijo, “entonces, mucho gusto”. Fue un pacto del placer compartido y esos son perennes.

Cierto tiempo después, María Isabel Rueda nos invitó a su programa Sal y Pimienta para hablar de libros y el poeta me llamó para decirme que después de la grabación él y yo tendríamos un picnic. Pensé que era una broma, pero llegó a Caracol Radio con un maletín de picnic lleno de quesos, jamones, uvas y por supuesto mantel. Hicimos el picnic ahí mismo, en Caracol Radio y esa fue nuestra complicidad compartida, “un picnic surrealista en una cafetería”. Lo vi celebrar con genuina emoción el Nobel de su amigo Mario Vargas Llosa y pude entregarle a través de su editora en la noche de su gloria en Estocolmo un libro y una nota que le envió.

Gracias a Juan Gustavo conocí a Fernando de Szyszlo en Lima. Me llevó a su casa estudio, el lugar donde años después un desgraciado accidente acabó con él y con su amada Lila. Ese día, Szyszlo había pasado por una prueba médica que, según le dijo su doctor, lo dejaba radioactivo por algunas horas. Fue una noche mágica, llena de recuerdos, tras la que me envió el poema “El Pintor Vuelve a su Taller” para que se lo entregara. El poema empieza así:

“Con su manto de plumas

y su manojo de pinceles

el Demiurgo desciende desde la luminosidad reverberante

del desierto

y se sumerge en un mar de fosforescencias”

Después me envió su libro “Poesía: Última Trinchera”, donde está el poema para Szyszlo y, por supuesto, también se lo llevé. Con el pintor hablamos del poeta cuando lo volví a ver en Hay Festival en Arequipa, donde presentaba su libro La Vida Sin Dueño. Y reímos recordando cómo su Lila lo reprendió por no avisarle que Juan Gustavo iría a cenar a su casa aquella noche de 2013. 

El poeta ha muerto. Se me arruga el corazón. Ahora soy consciente de que yo no era su musa, como me decía. Fui su mensajera. Y eso para mí ha sido suficiente. Buen viaje, poeta.