Muchos pensaron que el paro nacional del 21N sería pacífico y que terminaría ese mismo día.
Que abriría un espacio de diálogo para que el gobierno dejara de ser tan autorreferencial como es; pero que no sería indefinido.
Sin embargo, en la práctica, el 21N inauguró una modalidad estratégica interesante: el paro tipo “PPP”: paro popular prolongado: intermitente y a cuentagotas.
Intermitente, porque su frecuencia no está predefinida y se va desenvolviendo de acuerdo con la conveniencia.
Y a cuentagotas, porque su intensidad se dosifica oportunamente y su permanencia dependerá del logro de los objetivos.
En otras palabras, toda una acción colectiva antisistémica cuyo principal inspirador es la Farc, tal como se colige de su calculadora conducta.
Por supuesto, esa no era la intención de todos los organizadores del 21N, ni de todos los marchantes de ese día.
En efecto, puede hablarse de dos tipos de manifestantes.
Unos, los bonachones, tanto de izquierda como de derecha, que marcharon contra el desconectado y decadente gobierno Duque.
Y los otros, los destructores, los que marcharon violentamente contra el presidente y su gabinete de astronautas pero, sobre todo... contra el sistema democrático liberal.
Así que, estos últimos, telecontrolados políticamente por la Farc, serán los que le darán a este partido la fuerza de interlocución necesaria para paralizar al gobierno y conducirlo a su disolución.
Me explico. Apelando al mencionado modelo de paro PPP, intermitente y a cuentagotas, la Farc (con o sin la concordancia de Gustavo Petro) desarrollará, finalmente, su plan de acceso al poder por la vía rápida que consiste en seis fases, o momentos.
Primero, aprovechar la debilidad estructural de un gobierno que perdió las elecciones territoriales y solas es apoyado por el 26 % para aturdirlo con la agitación cotidiana y con una agenda paralela asfixiante e interminable.
Segundo, exigir la renuncia de Duque y la anticipación de elecciones presidenciales para dar paso a la “reconciliación nacional”.
Tercero, introducir como fórmula salvífica la convocatoria de una asamblea nacional constituyente (... justo aquello con lo que Duque debió comenzar su periodo para superar el siniestro de La Habana).
Por cierto, las bases de tal proceso constituyente ya las dio a conocer Iván Márquez en Cuba, en mayo de 2014, cuando presentó sus 10 Puntos de referencia al celebrar el 50 aniversario de la organización político-militar.
Cuarto, apelar a la intimidación para hacer elegir asambleístas afines, tarea en la que será muy importante el brazo armado, o sea, las Farc del Paisa, Romaña y Santrich.
Quinto, diseñar una Constitución que materialice la refundación del Estado, en clave bolivariana.
Y sexto, conformar una amplia coalición de reconstrucción nacional, controlada por la izquierda radical, para elegir a un nuevo Jefe del Estado, contando, de nuevo, con el apoyo activo del brazo armado y la financiación de la narcocúpula chavista de Miraflores.
En resumen, Duque ha caído en la trampa y ahora está a merced de un modelo insurreccional que, ese sí, tiene una estrategia clara, recursos inagotables y fuerza irregular a su servicio.
A menos que respalde sin miedo a las FF.AA, cambie por completo al gabinete y sus consejeros antes de que lo obliguen, y sepa escoger con microscopio a sus interlocutores, que seguirán siendo solo dos : los bonachones, o los destructores.