Hace poco, frente al caso de la oprobiosa dictadura reinante en la hermana República de Venezuela, referíamos en esta columna que El Tribunal de la Corte Penal Internacional ya estaba Maduro y esperándolo para abrirle una investigación por sus crímenes atroces, que van desde el genocidio -asesinando a su gente a punta de hambre- la tortura, el secuestro, encarcelamiento injustificado de opositores y masacre de jóvenes marchantes, hasta la vulneración de todos los derechos humanos, incluyendo el de la libertad de expresión. Todos ellos, insertos dentro de un extenso catálogo de conductas típicas, antijurídicas y culpables que suelen caracterizar las dictaduras de cualquiera estirpe.
El único que no se ha enterado de que en Venezuela rige una dictadura es el propio Nicolás, y lo expone a los cuatro vientos -y tal vez deba creérsele- pues todo es posible en el ignoto mundo de la ignorancia invencible del cerebro del espurio presidente quien, por cuenta de sus indecibles barrabasadas, cada vez pareciera ser más un títere de Diosdado y del General Padrino -insignes exponentes de lo que se ha dado en llamar el Cartel de los Soles- que involucran a los máximos jerarcas del gobierno, la policía y el ejército en el narcotráfico. Todos ellos están multimillonarios, como lo está la hija del finado Coronel Chávez de quien, como diría mi señor padre en refiriéndose a cualquier haragán, jamás de ha dado un golpe de qüinche a la tierra (me refiero a la hija), y como lo están los escoltas del mismo Coronel, quienes se acostaron buenos y sanos y amanecieron dándole patadas a los millones en Estados Unidos: tremendo fenómeno de superación personal.
Escuchar hablar a este Maduro es un espectáculo digno de una película de Cantinflas o del programa radial La Luciérnaga pues, sencillamente, su discurso es tan incoherente y desfasado de la realidad, que provoca risa. Lo acabo de escuchar dirigiéndose al Tribunal Supremo de Justicia y allí se autoproclama como “El gran abanderado de la moral y de la defensa de la justicia, de la democracia y de los derechos del pueblo bolivariano”. Y lo dice con desfachatez y el conglomerado de sus áulicos- entre civiles y militares, y algún cura u obispo que pude ver en la sala- aplaudían a rabiar y hasta se paraban de su silla, como cuando el presidente de los Estados Unidos pronuncia su gran mensaje a la nación. Por lo menos en el último escenario el aplauso viene de sus copartidarios, pero en el primero, en el de esta República tropical, todos son comprados -o extorsionados- por el régimen y quien no aplaude, o no recibe coima, o lo meten a la cárcel.
Post-it. ¿Qué tal los áulicos de la izquierda internacional dizque pidiéndole al gobierno colombiano que respete los Protocolos firmados con la guerrilla del Eln, para permitirles a sus negociadores -que deberían estar en la cárcel- su seguro, lento e imperceptible retorno a las montañas de Colombia para seguir delinquiendo, rodeados de todas las garantías? Como si el infame atentado terrorista en la Escuela de Policía no fuera razón suficiente para terminar un proceso que ellos mismos, con ese brutal carro-bomba, se encargaron de volver trizas, en átomos volando…