El profesor español Miguel Ayuso, de la Universidad Pontificia de Comillas, en Madrid, me ha hecho llegar dos maravillosos libros “El problema de Occidente y los cristianos” de Federico Wilhelmsen, Colección De Regno y, “Los dos poderes. A los 150 años de la brecha de la Porta Pía”, que ha editado dentro de la Colección Res Publica, con el apoyo de la Fundación Elías de Tejada. En las obras que hacen parte de esta colección, se reúnen estudios de filosofía e historia político-jurídica tocantes a cuestiones de actualidad o figuras relevantes de nuestro tiempo y, en particular, a los problemas y autores que la cultura dominante no considera adecuadamente.
A través de propuestas constructivas al servicio del bien común, las conclusiones de cada texto se basan en argumentos relevantes en contra del permisivismo, el individualismo, el hedonismo y la política del descarte de todo lo que comporte la defensa de las raíces culturales, que hunden su profundidad en el cristianismo.
Sin embargo, para que los integristas no salten criticando esta columna, bien merece la pena citar a Juan Fernando Segovia, quien en su estudio sobre lo espiritual y lo temporal comienza por advertir “que no todo lo concerniente al espíritu es sagrado. Una lectura edificante, la Moral de Aristóteles o Los Deberes de Cicerón, es espiritual porque requiere de la participación del intelecto humano; pero no es sagrado porque no pertenece directamente a Dios”.
Es importante efectuar esta distinción, pues todo lo bueno proviene del espíritu, pero todo lo sagrado es netamente religioso, sin que necesariamente utilizar estas expresiones, en un Estado aconfesional como el colombiano, impliquen que sean contrapuestos a lo temporal, hoy en día tan banalizado hasta con candidaturas mediáticas de virtuosos profanos que se basan en el ateísmo declarado para hacer pensar a los incautos electores que tienen un “espíritu divino” y que son la redención política más adecuada.
Hasta en eso es importante distinguir la sabiduría de la ciencia, que mucho tienen que ver con lo eterno y con lo temporal, como lo aseguró San Agustín en De Trinitate, al decir: “Si, pues, la verdadera distinción entre sabiduría y ciencia consiste en que pertenece a la sabiduría el conocimiento intelectual de las realidades eternas, y a la ciencia el conocimiento racional de las cosas temporales, no es difícil discernir a cuál de las dos corresponde la precedencia y a cuál el último lugar”, lo cual, previamente había sido ratificado por inspiración divina en Isaías 11, 2.
La eterna puja entre la sabiduría de lo temporal suele ser soberbia, más que ciencia; y la sabiduría de Dios, es la de los bienes o cosas eternas. Ese es el quid del asunto, que no es fácil explicar a las personas y, en eso se incurre en demagogia por los “voceros del cambio”, en plantear la verdadera distinción entre lo temporal-profano-humano, con lo espiritual-sagrado-divino, que serviría para que los electores, pudiesen verdaderamente distinguir esa búsqueda de la secularización, que ataca mediante la dialéctica sus conciencias.