CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 30 de Diciembre de 2013

La generación perdida

 

Este  fue el título de un artículo que publicó la revista Semana en el penúltimo número del año que pasó, cuyo contenido fue sintetizado así: “En 2013 se registró una tendencia preocupante: los protagonistas de los grandes escándalos de corrupción son ‘niños bien’. ¿Qué está pasando con un sector de la clase dirigente?”.

            Y después de describir los antecedentes educativos de los principales protagonistas  de casos como el del “carrusel de la contratación” y el de “Interbolsa -que coinciden en que realizaron sus estudios en colegios y universidades nacionales e internacionales prestigiosas-, la revista concluye diciendo: “En últimas lo que está pasando se puede resumir en lo que escribió Héctor Abad hace unos años, con motivo del escándalo de DMG: ‘Lo extraño no es que les guste la plata; lo que define a esta clase que se llama burguesía es su interés por el lucro, aquí y en la Cochinchina. Pero los ricos de Francia o de EE.UU., las burguesías ilustradas que hicieron la Revolución Francesa y la Americana, tenían un compromiso social y un temple moral muy distinto al de los pimpollos de nuestra burguesía de pacotilla’”.

            Sin embargo, y aunque la anterior conclusión tiene una buena dosis de acierto, se puede ahondar más en la respuesta a ese ¿qué está pasando con…?

            Las personas que el artículo enmarca dentro de “La generación perdida” promedian edades entre los 40 y 45 años, es decir, estaban naciendo cuando el mundo occidental celebraba la revolución en París de mayo de 1968. Aquella que pretendió borrar del mapa moral los criterios de límites a la acción humana y de la responsabilidad personal con slogans tales como  “prohibido prohibir” y “haz el amor y no la guerra”. La misma que incentivó la fórmula para evadir el vacío interior mediante el uso y el abuso de la marihuana y complementos como la “libertad sexual”. Por esto no tenían ningún tipo de anclaje para el compromiso social ni para el temple moral pues el hedonismo materialista se convirtió en su norte de vida.   

            Ahora bien, como a diferencia de las revoluciones Francesa, Americana y Rusa, la de mayo del 68 no ha sido estudiada suficientemente, sus nocivos efectos sociales -como los mencionados escándalos que llevaron a uno de sus protagonistas a afirmar que “la corrupción es inherente al ser humano”- se siguen presentando en formas cada vez más frecuentes ante la mirada impotente de muchos padres y madres de familia y educadores. Y ni hablar de la mirada de los políticos que los lleva a proponer soluciones superficiales: aumento de penas a los adolescentes, ley contra conductores ebrios etc.  

            El punto para destacar es que urge estudiar más a fondo los efectos nocivos de mayo del 68 y emprender soluciones a gran escala que los ataquen en su raíz. Solo así podremos superar la pobreza moral en que se hallan sumidas tantas personas. Sin atacar esta pobreza, las soluciones a las pobrezas intelectual y material se quedan cortas.