Ambivalencia y conflicto
Los colombianos nos debatimos entre la necesidad de la paz, la inevitabilidad de la guerra y la obligación de derrotar el terrorismo. Cuando las fuerzas del orden prevalecen sobre la subversión, saltan veloces las propuestas de paz y se insiste en la conveniencia del diálogo. Hace su aparición “la paura di vincere”. Por el contrario, cuando se percibe la posibilidad de diálogo y el terrorismo indiscriminado ejecuta sus acciones de muerte, se califica al Presidente como débil y “dialoguista”, en referencia a la fallida estrategia de El Caguán. Curiosamente, desde todas las tendencias políticas, las exigencias y las acusaciones se les hacen a los gobiernos, como si no fuera decisiva la voluntad de la guerrilla. Como si todo dependiera del Ejecutivo y del Ejército.
Raymond Aron, en su tratado Paz y Guerra entre las Naciones, afirma que “los tiempos de disturbios incitan a la meditación”. En tal virtud, dice, La República de Platón y la Política de Aristóteles se escriben ante la crisis de la ciudad griega como el Leviathan de Hobbes surge de los conflictos religiosos de la Europa del siglo XVII. Aplicando el razonamiento de Aron al ámbito nacional, se echa de menos que luego de medio siglo de intenso conflicto interno, ningún tratadista, politólogo, sociólogo o escritor, se haya aventurado a proponer el Nuevo Estado Colombiano, legitimado democráticamente, capaz de poner fin al enfrentamiento armado y de lograr la perdida armonía social. Es más, resulta inconcebible que no exista en Colombia un Instituto de Estudios Avanzados, permanente, especializado en conflictos, que asesore al Jefe de Estado y que formule estrategias y políticas de negociación, para evitar así las improvisaciones y “voluntarismos” que han dado lugar a tantos fracasos en la búsqueda de la paz. Hemos padecido las múltiples y sangrientas violencias bajo el imperio de los “simplismos” y de los sesgos ideológicos, que más que evitar, han contribuido a incrementar la guerra. Como se carece de memoria histórica, cada expresidente o excomisionado de Paz, tiene a flor de labios la solución que no se le ocurrió en el lapso de su mandato.
Del caos conceptual y de las experiencias de años deberíamos sacar lecciones para andar en el siglo XXI. Si hemos intentado todo: zanahoria, garrote, diálogo, dadivas previas, Constituyente, ¿cuál será la conducta eficaz en Colombia para lograr el fin del conflicto? Es un interrogante que gravita sobre nuestras cabezas cada día que pasa y que debemos seguir haciéndonos... hasta encontrar la respuesta.
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El presidente Santos sabe encajar los golpes y responder a las falencias que se le señalan. El discurso del 7 de agosto, en el Altar de la Patria, tuvo gesto y tono. Trazó las rutas y retomó la iniciativa. Y está dispuesto a cumplir su programa. Reapareció el líder decidido de siempre.