Varias cosas van quedando en claro tras el resonante triunfo plebiscitario en Venezuela.
Primero, que la voluntad popular tras el golpe de Estado contra la Asamblea Nacional es irrefrenable y que la represión sangrienta del régimen ya es absolutamente ineficaz para evitar el proceso de transición.
Segundo, que el liderazgo de la oposición, compartido y aglutinado en la Mesa de Unidad, es el factor primordial del cambio y que, lejos de fisuras, se fortifica cada día más con el martirio de la población en las calles.
Tercero, que lejos de apaciguarse con la excarcelación de Leopoldo López, los ciudadanos han alcanzado un grado de madurez y responsabilidad político tan alto que sus esfuerzos solo pueden entenderse en función del cambio de régimen.
Cuarto, que no obstante la dolorosa persecución, encarcelamiento y criminalización, la población se abstendrá deliberadamente de caer en la tentación de la violencia, desenmascarando así la naturaleza del régimen, que es, precisamente, lo que se logra mediante la lucha no violenta, tan diferente como es del pacifismo.
Quinto, que las fuerzas disidentes del chavismo, de las que la fiscal Luisa Ortega es una muestra, son un importante factor de catalización democrática pero no constituyen el cambio propiamente dicho, ni la transición puede basarse en su arrepentimiento o su concientización tardía.
Sexto, que cualquier maniobra dilatoria del régimen para detentar el poder, como la llamada Constituyente, no sólo es espuria sino fallida y hasta los propios acólitos de Cabello y Maduro la interpretan como cínica y agonizante.
Séptimo, que las Fuerzas Armadas tienen una responsabilidad mayor de la que el propio régimen les atribuye formalmente y que, más allá de auto contenerse, su labor será medida en función del grado de complicidad que exhiban con el Palacio de Miraflores y el narcotráfico.
De hecho, cuando el general Padrino afirmó, al confirmarse el arresto domiciliario de Leopoldo López, que las "diferencias" entre la oposición y el Ejecutivo no se resolverán "a través de las armas" sino con "diálogo y reconocimiento", estaba, implícitamente, asumiendo la responsabilidad de negarse a reprimir o sostener a un Estado gánster.
Octavo, que en esa perspectiva la única alternativa que tiene el régimen no es la de dialogar para dilatar sino liberar a los presos políticos e iniciar el cumplimiento fiel de un calendario electoral que, si se desarrolla libre y pulcramente, tendría que conducir a un cambio estructural en la dirección del Estado.
Noveno, que la actuación internacional de expresidentes afines al chavismo ha sido importante para escudar iniciativas con intención amortiguadora, como el arresto domiciliario de Leopoldo López pero, en general, ha sido funcional al régimen, facilitando sus maniobras elusivas y la dilación.
Y décimo, que, en cambio, la presión internacional ejercida tanto por gobiernos que no contemporizan y que son genuinamente anti despóticos, como por el Secretario de la OEA y los expresidentes Aznar, Quiroga, Pastrana y Uribe, arrojan resultados concretos que, sumados a las sanciones contra dirigentes específicos, están definiendo el horizonte de la libertad para Venezuela.