Colombia es un país clasista hasta la médula y lo demuestra día a día su clase dirigente. Quinientos años después no hemos sido capaces de desechar las practicas despreciativas que dejó la colonia. Por eso, es risible que haya quienes no comprendan por qué ha calado el discurso de lucha de clases que hoy encarna Gustavo Petro. Si, las actitudes despectivas de los más favorecidas hacia quiénes son huérfanos de los beneficios económicos son el pan de cada día.
Por ejemplo, los estratos sociales en los que está dividido Bogotá para determinar cuánto pagamos por los servicios públicos, además de ser un mecanismo para subsidiar a quienes menos ganan, también es un recordatorio constante de cuál es nuestra posición en la sociedad. Eso mismo pasa con los nombres de los ciudadanos. La elite colombiana considera de poca clase y distinción que se acuñe un nombre extranjero para un connacional. No son pocas las veces que hemos visto burlas frente a nombres en inglés mezclados con apellidos criollos. Pero lo que esconde realmente esa mofa, es el juzgamiento frente aquellos que no han tenido la posibilidad de una mejor educación y de conocer el mundo como sí ha podido hacerlo la élite del país.
El debate político tampoco ha sido ajeno al clasismo, incluso las mentes forjadoras de opinión que pertenecen a los sectores privilegiados utilizan esos mecanismos para ¨pordebajear¨ y menospreciar al otro. Un ejemplo claro ha sido llamar a la alcaldesa de Bogotá por su nombre completo y hacerlo en tono de burla refiriéndose a ella como Claudia Nayibe, recordándole así su origen humilde. Porque los nombres también han sido mecanismos de división de clases. O la pintoresca historia de la analista política Natalia Springer, quien realmente se apellida Lizarazo, pero tuvo acceso a círculos privilegiados del país, entre otras por el malinchismo colombiano que abre puertas al extranjero por considerarlo superior.
Pero el episodio más reciente fue el de la presidenta de la Cámara de Representantes, Jennifer Kristine Arias, a quien le han sacado a relucir su combinación de nombres. De forma soterrada le han querido enviar el mensaje de que su nombre implica poca distinción y pertenecer a un sector que se le considera “nuevo rico”. En Colombia tenemos tan marcadas las diferencias sociales y somos uno de los países más desiguales que hasta en el lenguaje la movilidad social es un imposible.
No me interesa entrar a defender a la congresista Arias, de hecho, creo que son válidas todas las investigaciones periodísticas que se han publicado sobre sus familiares y pasado político. Todo funcionario público debe estar abierto a que su vida se conozca. Lo que chilla, es que el debate no pueda darse sobre los hechos y que los ataques se hayan dado a través de prismas clasistas, machistas y sexistas, incluso de parte de los más progresistas opinadores del país.
Tal vez no es de forma consciente, por eso es importante evidenciarlo. No podemos aterrarnos de que el discurso de lucha de clases se esté tomando el país, cuando el debate del que participamos de forma activa se encarga constantemente de profundizar las diferencias sociales.