Colombia y los colombianos son mucho más grandes que las mentes chiquitas de quiénes hablan de unidad y propician la exclusión, promueven la paz mientras dividen, piden transparencia mientras manipulan, hablan de pulcritud mientras ponen precio a las conciencias….
La Colombia de verdad, para quien tenga ojos para apreciarla y corazón para sentirla, que son la mayoría, estuvo en el estadio Atanasio Girardot en Medellín, con miles de almas solidarias vestidas de blanco que entre lágrimas y flores despidieron, con un grito de dolor ahogado por las lágrimas, a los jóvenes futbolistas brasileros que perdieron la vida, mientras soñaban con la gloria. Ese pueblo solidario que se hizo una sola luz para despedirlos en un emocionado homenaje, no tiene nada que ver con el que imaginan quienes se empeñan en menospreciar la democracia en nombre, precisamente, de "la democracia". Ese pueblo no quiere ser dividido. Prefiere mirar al futuro con esperanza, viste de blanco el dolor, inunda de luz la oscuridad, lanza un grito unánime que desafía el silencio de la muerte.
Así es Colombia. Amante de la vida y solidaria. Sincera. Espontánea. ¡Sorprendente!
Y para quiénes vaticinan un futuro incierto si no nos plegamos a los estrechos moldes excluyentes de la “libertad” que conciben, a la medida de sus ambiciones particulares, donde la sumisión de las mayorías pase a convertirse en la regla de oro de la nueva “democracia”, los invitamos a llenar las graderías del Atanasio Girardot que despidió al Chapecoense, para que se pongan en contacto con el sentir profundo del pueblo colombiano.
Y tal vez no vamos a votar por la versión de un Donald Trump candidato, que quiera construir muros para aumentar las barrera entre nosotros, ni por un salvador que vista de "democracia" la justificación de males como el terrorismo y el narcotráfico. Tal vez emerja una voz que convoque a esa Colombia cansada de la manipulación, que respete y reconozca a quienes piensan distinto, que comprenda la necesidad de volver a creer en un futuro mejor para todos. Una voz que no se avergüence de creer en Dios, ni tema invocarlo. Que no nos imponga creencias ni ideologías foráneas. Alguien que sepa ver lo mejor del otro. Que le devuelva el valor a la palabra empeñada y no menosprecie las creencias del colombiano de a pie. Que crea en el bien común, en la subsistencia y fortalecimiento de los valores democráticos, que sepa rodearse de gente buena, preparada y bien intencionada. Que ame la verdad, fortalezca las instituciones, actúe con justicia y respete la separación de poderes. Una persona que limpie el ambiente económico y político y purifique el aire de libertad que anhelamos seguir respirando.
Necesitamos alguien que sume y que no reste, que identifique nuestro cansancio y tienda la mano a quienes se equivocaron, que quiera sanar las heridas y no pretenda homogenizar las culpas, que empodere y valore el ser ciudadano de este país y no gradúe de enemigo a quien discrepa.