LA reconciliación en Colombia es posible. La he presenciado. He sido testigo de encuentros entre víctimas y ex victimarios de todos los grupos armados, en los “Hospitales de Campo”. Los he visto reconocerse, escucharse desde las zonas más dolorosas de sus heridas, dar temblorosos el primer paso los unos hacia la orfandad de los otros y tomar la decisión de caminar acompañados. No es una abstracción. Han bastado unas pocas víctimas audaces que se atrevieron a hacerlo, a dar ese “primer paso” hacia el otro al que nos invitó el papa Francisco durante su visita a Colombia. Hoy podemos afirmar con él que “las víctimas son los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz”.
Y con esto no me refiero a los “procesos de paz”, concebidos desde los intereses de las élites del establecimiento y guerrilleras para exculparse, parcelar el país y perseguir a quiénes no piensan como ellas. Estrategia de “paz” ideologizada que nos polarizó aun más.
Pero, en aras de la objetividad, todo ese movimiento político, aunque hubiera sido motivado sólo por intereses personales, terminó interpelándonos. Nos obligó a preguntarnos ¿Qué estamos haciendo cada uno de nosotros por la reconciliación real? Y son muchos los sectores que, de buena fe, se han movilizado, sin pedirle permiso a nadie. Escucharon la voz del Papa cuando dijo: “Reconciliarse es abrir una puerta a todas y cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto…Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección sin esperar a que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza!”
Es posible soñar con una reconciliación desde abajo, como lo afirmé en las dos últimas columnas, desde quiénes han padecido los horrores de la guerra y les han querido arrebatar hasta su dignidad. ¿Cómo empezar a hacerlo? Descongelando los duelos y ¿Cómo se descongelan los duelos? Corriendo el riesgo de escucharnos los unos a los otros. Lo que el Papa Francisco llama “el apostolado de la oreja”.
El único riesgo de escuchar al contrario es el de experimentar empatía por su tragedia y que despierte la compasión. No tememos tanto a los otros como a nosotros mismos. Miedo a desacomodarnos de nuestras creencias.
¿Cómo reconciliarnos si nos movemos por imaginarios y realmente no nos conocemos? Sólo hemos visto desolación, dolor y sangre, pero ignoramos las raíces de esas heridas. Sólo la expresión del mal. Congelamos nuestro dolor y nuestra legítima indignación. Pero, la única forma de empezar a conocernos, es escucharnos.
En las profundas raíces católicas de los colombianos, puede estar la llave maestra de la reconciliación. Francisco ha sido un Papa muy aterrizado en la realidad terrenal, sus interpelaciones incomodan, pero, ¿En qué consiste la verdadera revolución que predica? En querer hacer vida el Evangelio, recordando que Dios es Misericordia, que Dios perdona todo, que nadie es irredimible, que el mal es reversible, que somos los hombres quiénes cerramos las puertas. Que hasta el más malo de los seres humanos tiene una grieta por la que se puede colar la salvación.
Con las palabras de Francisco, “los invito a no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la historia de su gente”.