Cuando se nublan los horizontes se anhela que aparezcan rayos de luz y caminos protegidos para proseguir hacia metas anheladas. Luces y protecciones terrenas son siempre deficientes, pero, cuando con fe, invocamos las luces divinas y la fortaleza de lo Alto, nos sentimos firmes en toda circunstancia por difícil que parezca. Invocando al Sagrado Corazón y a María, Reina de Colombia, confiamos en finales despejados y rocas firmes para nuestro peregrinar.
Mirando el horizonte patrio, encontramos motivos de esperanza, no en discutidos acuerdos humanos sino en valores que hemos heredado de nuestros mayores, a los que no podemos renunciar ni dejar, mansamente, arrasar en aras de mal entendida reconciliación y misericordia. En esos valores funda su esperanza el Episcopado Colombiano en su reciente Comunicado al País (08-07-16), cuando, como aspectos positivos en el panorama nacional, destaca la fe profunda de nuestro pueblo, familias constituidas dentro del orden natural bajo la bendición de Dios, esfuerzo por realizar programas sociales bajo la luz de la doctrina social cristiana, el rechazo de tantos a la corrupción originada en volver la espalda a los valores superiores.
Pero, al lado de esos faros de esperanza, señalan, los Obispos, en su pronunciamiento, varias raíces maléficas de lamentable profundidad. Como principal raíz, entre ellas, anotan el “alejamiento de Dios que está a la base del sentido de la vida y de la conciencia frente al mal”. De allí se siguen, entre otros, el gran mal de “la desintegración de la familia” y “la pérdida de valores”. Todo esto emana de la difusión de ideologías ateas y materialistas que profesan, han difundido y pregonan, los capos de los grupos alzados en armas, que, ahora, sin renunciar a ellos, están siendo interlocutores de tratados de paz con el gobierno de la católica Colombia.
Hemos tenido, agrega el Comunicado episcopal, alarmante “corrupción” en el país, “que es una de las más fuertes amenazas a la construcción de la paz, y un mal que permea la sociedad en sus estructuras fundamentales”. Agregan: “no menos peligrosa es la corrupción de las ideas, de los principios y de los valores”. Entonces, que se busque “salida dialogada” al conflicto, como todos queremos, pero que no sea abriéndoles paso a quienes han delinquido, perdonando sus delitos sin que estén arrepentidos, ni dando privilegios a difusores de ideales que incrementan y disculpan actos criminales y corruptos.
Otro, gravísimo mal, implícito en los denunciados por el Episcopado, es el empeño del mismo gobierno colombiano, o de aliados de él, al pisotear los principios cristianos como defensa de la vida, con abrir paso al aborto y a la eutanasia, profanar el nombre y dignidad de las familias fundadas en el orden natural entre varón y mujer, abrir paso a la llamada “ideología del género” que autoriza a los más antinaturales propósitos como libre cambio de sexo, con aberrante distorsión de la dignidad de la persona que llega al mundo con definido y honroso genero.
Hay celajes de luz, y graníticos apoyos para el bien en la sociedad, pero hay también quienes, con diabólica acción, se proponen sembrar cizaña, como lo advirtió el Maestro divino (Mt. 13,40). Ante esa sombra del mal, es preciso defender y sin complejos ni contemporización de principios naturales, acentuados por el mensaje religioso, y estar atentos a no ser cómplices, por ilusoria paz, de que lleguen a dominar de lleno, en Colombia, sembradores de destructores ideales, ya superados en tantas naciones del mundo.
Todo reclama reforzar la lucha por el bien y el esfuerzo por atajar el mal, con la ayuda celeste del Corazón de Jesús y de la Reina de Colombia, para que lleguemos a la paz, pero con piso firme, guardándonos de aprobar asuntos que conlleven claudicaciones sutilmente mimetizadas.
*Obispo Emérito de Garzón
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