El pasado 2 de noviembre se cumplieron 25 años del magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, crimen de Estado que aún no se ha resuelto, sobre el cual se ha tejido toda una maraña inextricable de enredos y elucubraciones y que ha dejado en claro, a duras penas, la ineficacia de la Fiscalía General de la Nación, porque en un cuarto de siglo no ha podido descubrir la verdad (siendo ella hija de la Asamblea Constituyente que ayudó a concebir Gómez Hurtado) y le ha tocado a la propia familia de la víctima, en especial a su sobrino Enrique, asumir la investigación, a partir de las revelaciones del juicioso libro de su padre.
Ha sido un proceso tan enrevesado, de principio a fin, que en vista de lo enredado, le tocó a un grupo guerrillero (hoy partido en dos: por un lado, senadores y representantes amnistiados e indultados y, por el otro, los mismos bandoleros de siempre) apropiarse del tema y confesar que ellos fueron los que lo asesinaron, hipótesis que sólo sirve para desviar el curso de la investigaciones, porque ahora a la JEP le tocará declarar que si lo confesaron los “Honorables Padres de la Patria” Timochenko y Lozada, fue esa organización criminal quien maquinó el crimen y que los finados Tirofijo y Jojoy fueron los que impartieron la orden a tres sicarios -igualmente finados- quienes la cumplieron y por tanto se declarará cosa juzgada -muerta- se archivará el proceso y al ente investigador le tocará escribir una novela sobre la noticia criminal.
Y parece que la Fiscalía estaba a punto de llamar a otro recién finado, Horacio Serpa, a declarar sobre el asunto y sólo resta esperar a que otro enredado -Ernesto Samper- también se muera antes de que sea llamado por la Cámara para lo mismo. Curioso. Las Farc, si hubieran querido asesinar al estadista conservador lo hubieran hecho mucho antes, como cuando era senador, o candidato presidencial, o se lo hubieran comprado al M-19 cuando éste lo tenía secuestrado en el 88, o posteriormente, cuando fue copresidente de la Constituyente del 91, es decir, cuando Gómez era un hombre con poder material y no justamente en el 95, cuando estaba dedicado a la cátedra y a escribir editoriales y apuntamientos para la posteridad, ya prácticamente retirado de cualquier actividad política con visos electorales. Fue cuando le inventaron el cuento de que estaba maquinando un golpe de Estado, como si él no hubiera sido toda su vida un abanderado de la institucionalidad.
Álvaro Gómez, más que un hombre con un nombre, fue una marca humana registrada en el corazón de todos quienes le conocimos, poseedor de un talento portentoso, pensador, brillante orador, escritor, periodista, pintor, crítico de arte, maestro en todo el sentido de la palabra. Sin haber llegado a ser presidente de la República, fue el mayor estadista conservador que tuvo Colombia en el Siglo XX y ni siquiera han identificado con su nombre un túnel.
Post-it. Quien llegare a ganar las elecciones, deberá reformar un loco sistema electoral, empezando por los colores, que están trocados. God Bless América.