El hampa se tomó la capital. No pasa un solo día sin que la criminalidad invada los medios de comunicación, con incontables y tenebrosos hechos delictivos en las 20 localidades. El encierro por el covid-19 lo han superado las bandas de delincuentes, que se adueñaron de la ciudad. Salir de casa es una osadía, porque nadie sabe si regresará.
Se pensaba que solo eran 20 bandas de hampones colombianos, las que acechaban a los 8 millones de habitantes de la capital; las últimas investigaciones estiman que pasan de 100.
Gran parte de ellas están integradas por venezolanos que han desplazado a base de torturas, desmembramiento y crueldad criminal a los bandidos nacionales. Así han tomado el control verdugo y territorial de Bogotá.
Nunca se pensó que la apertura populista y politiquera, de abrir nuestra frontera a los vecinos, con un estatuto migratorio loable pero incompleto, se convirtiera en un remedo del éxodo de los “marielitos”, con los que Castro quiso invadir de delincuentes cubanos a Estados Unidos, en el siglo pasado.
Tremendo desprestigio enloda a los millares de migrantes venezolanos, honrados y trabajadores de bien, a quienes se les mezcló el hampa que hoy invade a Bogotá, a pueblos y ciudades.
El Tren de Aragua, Los Mileán, Yeicos Masacre y Maracuchos montaron sus organizaciones delincuentes para robar celulares, atracar, extorsionar y operar verdaderas organizaciones dedicadas al microtráfico, el asesinato, el hurto, la trata de blancas, la prostitución infantil, la tortura, el desmembramiento y toda una gama de crueldad asesina. No hay sitio, lugar o vehículo fiable y seguro.
Celular, dinero o joyas, son ahora el salvoconducto para salir de casa. Los usuarios de Transmilenio y buses de ese sistema son asaltados con cuchillos y armas de fuego. Los sitios de esparcimiento para salir con la familia y los amigos se han convertido en atracaderos. Los restaurantes y hasta las iglesias son territorios preferidos por los delincuentes.
Es tal la congestión del 123 para pedir auxilio a la policía, que cuando responde, ya los hampones han tomado las de Villadiego o alcanzado los comercios que les sirven de cómplices para comprar el producto de las fechorías. Se sabe cuáles son, en donde están y como actúan, pero no existe autoridad que los sorprenda.
Ahí no termina el infortunio de los capitalinos. Quienes poseen un coche y se lanzan a los trancones de “villahuecos”, deben enfrentarse a los pinchadores y raponeros rompevidrios, que en el primer semáforo los asaltan o los asesinan si no llevan algo de valor.
Esta no es una ciudad, no es un Distrito, no es una Capital. Es un villorrio sin Dios ni Ley, donde subsistir, es una proeza. Es tal la inseguridad, que no hay autoridad suficiente para contenerla, mientras el hampa, encierro y pánico triunfan.
BLANCO: ¡Bajarán tarifas eléctricas! Y ¿cuándo las del gas?
NEGRO: Otro gran colombiano que nos abandona: el exministro Jaime García Parra, hombre de gran sabiduría cafetera y económica. Hubiera sido un gran presidente.