Qué triste panorama el de la Sultana del Valle, otrora ciudad cívica por excelencia, hoy convertida en escenario de esa macabra prueba piloto de la guerra molecular disipada que el Foro de Sao Paulo le recetó a Colombia y al resto de países del cinturón de fuego del pacífico político latinoamericano. Hace un mes recorrí la calle 5, extremo Sur, so pretexto de repasar los estragos del salvaje paro: tres buses azules del MIO descuartizados en sus carriles; tres estaciones del sistema masivo, aún humeantes, completamente destruidas por los “muchachos inconformes” del alcalde de Santiago de Cali y encaramados en uno de sus techos - Estación Universidades- un cuarteto de ellos, más trasnochados que un trío de serenateros, mascando marihuana y cantando quién sabe qué loas a la paz.
Ahora, por los carriles del MIO desvertebrado ya circulan moto-ratones, motociclistas con parrillero prohibido y ciclistas en doble sentido y también se han tomado los senderos exclusivamente peatonales y los andenes, por los que antes circulaban con disimulo, pero ya lo hacen con total desparpajo, a sabiendas de que campean como Pedro por su casa en una ciudad sin autoridad, sin semáforos y sin cámaras de seguridad. El paro fue el detonante para bajarle el tono a la cívica que antes medio existía por estos lares y entonces hemos quedado atrapados en medio de dos refranes: “lo que nada nos cuesta, volmámoslo fiesta” y “cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta”.
Después de la tempestad vino una tensa calma chibcha y apenas esta semana acaba la autoridad de regresar al barrio Siloé (“Enviado”, en hebreo) cuyo nombre intenta rememorar a Jesucristo cuando aprovechó un charco para curar a un ciego a quien ordenó lavarse en sus aguas, allí en las goteras de Jerusalén. Pero eso era en Tierra Santa, donde se fabricaban milagros, porque en nuestra tierra non sancta, por fin, las fuerzas del orden recuperaron Siloé, en plena ladera ardiente, con el envío de 300 agentes, después de dos meses en que allí no existía Dios ni Ley, solo las bandas de microtráfico que hacían respetar sus fronteras visibles e invisibles para ajuste de cuentas por vía sicarial, dedicadas a bloquear y a poner retenes ilegales, cobrando peajes a los impávidos ciudadanos que debían deambular de un lado a otro, como alma en pena.
Post-it. Para completar el panorama de una sociedad enferma y asediada por toda suerte de pandemias médicas, morales, políticas y económicas, nos percatamos de que un grupo de niños está siendo adoctrinado por los vándalos de la primera línea en luchas anti Esmad en Medellín, antes llamada la Ciudad de la Eterna Primavera… “árabe”, habría que añadir ahora. Jóvenes “inconformes” ejercitando -en efecto demostración- lo que ocurre en Oriente Medio, donde el grupo terrorista Hamás enseña a niños a disparar armas y secuestrar soldados en su campamento de verano anual, en clase de Liberación, simulacro para atacar a futuro a la población civil israelita. Vaya degradación ética y cívica a la que nos llevaron los inconformes. Si ese es el desayuno, ¿cómo será la cena?