Desde hace 27 años, cada año, se repite el mismo ritual exculpatorio en la Asamblea General de la Onu.
Los cubanos, campeones mundiales del victimismo (opresor) reciben, cada otoño, una multitudinaria ovación como licencia para perpetuar el despotismo.
En efecto, al mostrarse agonizante por causa del bloqueo norteamericano, el régimen marxista logra que la comunidad internacional se conmueva y se enternezca, arrojándole como mendrugo un voto de aliento y de respaldo.
En cualquier caso, esa frenética catarsis colectiva mediante la cual se levanta, sin consecuencia práctica alguna, una simbólica voz de protesta contra el centro imperial, embriaga de felicidad a la dictadura.
Y la lleva a la fruición por una sencilla razón: porque siendo la camarilla más represora en la historia de Latinoamérica y el Caribe, Castro y Miguel Mario (Díaz-Canel) consiguen que la Onu les renueve la patente de corso para seguir detentando el poder, impunemente, in sécula seculórum.
Raúl y Miguel Mario que, como por arte de magia, han pasado a convertirse en los Nuevos Mejores Amigos de Iván Duque.
De hecho, al adoptar una especie de salomónica postura diplomática en la votación del pasado 7 de noviembre, el gobierno colombiano es ahora el mayor contribuyente del régimen.
En vez de defender el interés nacional, el Gobierno ha rendido culto a la dictadura.
En vez de condenarla por su complicidad con el crimen internacional organizado, la ensalza y la complace.
En vez de castigarla por la exportación y promoción del terrorismo, la anima a proseguir con su peligrosa conducta.
Para decirlo de otro modo, ¿cómo se imagina el gobierno colombiano que Raúl y Miguel Mario han percibido su abstención?
A diferencia de la conducta rectilínea de Brasil que, sin temor alguno, sin que le tiemble el pulso, sin medias tintas, sin aguas tibias, se pone del lado de Washington y Jerusalén, Duque se postra ante La Habana y se inhibe, se arredra, se cohíbe.
En vez de romper relaciones con la Isla, la honra con la decisión tomada en la Asamblea.
En vez de lograr que entreguen ya mismo a los terroristas del Eln que segaron la vida de los cadetes de la Policía, autoriza a la camarilla para que siga burlándose del país, de las verdaderas víctimas.
Y en vez de consolidar la alianza con las potencias occidentales, se escuda en la abstención por ese temor (patológico) a que las redes sociales lo tilden de “ultraderechista, fascista y anti-acuerdos de La Habana”.
Así que no deberá extrañarnos que, con su trémula actitud, en los próximos meses el Gobierno se sienta asfixiado por las bandas criminales, la radicalización explosiva de los narcotraficantes, la movilización social violenta no armada, la continuidad del terrorismo perpetrado por las Farc-Eln y la hostilidad de Maduro, apuntando sus misiles a La Candelaria.
Como tampoco deberá extrañarnos que cuando Trump llame al Jefe del Estado para cuestionarlo por su simpatía hacia La Habana, él le responda con el título que lleva esta columna.