Con buena razón -y sin vandalizar la propiedad ajena ni abandonar el distanciamiento social- se manifestaron 53 entrenadores de tenis en la Plaza de Bolívar el pasado 17 de junio, para exigir el final de la absurda prohibición que les impide trabajar y proveer para sus familias.
¿Hay alguna razón por la cual el Gobierno Nacional y la Alcaldía de Bogotá permiten el ciclismo recreativo y no el tenis? Mientras que frecuentemente se ven aglomeraciones de ciclistas en los semáforos, un par de tenistas que entrenan desde las líneas de fondo respectivas se mantienen a unos 24 metros de distancia en la cancha. Si uno de los dos sube a la malla, esta se reduce a unos 15 metros entre los jugadores, lo cual es más que suficiente para prevenir la propagación de un virus respiratorio, especialmente al aire libre.
Algunos dirán que, en medio de una epidemia y mientras empeoran diariamente las cifras de infecciones y muertes por Covid-19, el regreso del tenis ni se aproxima a ser una prioridad. Los luchadores de clase izarán sus banderas carmesís, apuntarán a la hoz y al martillo y asegurarán que enhorabuena se suspendió un frívolo pasatiempo de burgueses, yupis y gomelos. Lo cual, por supuesto, sería la más vacua de las vaciedades.
En Bogotá, no sólo se juega al tenis en los más de 30 clubes privados, aquellos generadores de empleos y oxígeno que siempre están en la mira de los urbanistas expropiadores. Según El Tiempo, hay como mínimo 90 ubicaciones donde la gente practica el deporte, y cada una está cerrada por diktat burocrático a costa de los ingresos de 850 entrenadores y sus familias.
Esto significa que miles de personas en Bogotá viven del tenis, el cual también da sustento a, entre otros, los profesionales en encordar raquetas y los vendedores de equipos deportivos. Pero dichas actividades económicas -como tantas otras- se encuentran en parálisis forzada sin que haya justificación científica alguna para ello. Es una arbitrariedad política pura.
De hecho, entre las palabras más sensatas que se han pronunciado durante la epidemia en Colombia están las del entrenador de tenis Wilson Rincón: “es fácil pedir paciencia cuando la nevera está llena”, como en el caso de los burócratas nacionales y distritales que viven del fisco, mientras que a ellos se les prohíbe generar ingresos para alimentar a sus hijos.
La anterior es una magnífica ilustración del abismo entre el sector público rentista y el sector privado y productivo, fenómeno que ya he discutido en este espacio.
Ciertamente, permitir que la gente juegue tenis -y otros deportes que no involucran el contacto físico cercano- no remediará el tremendo daño que causa el cierre de 80.000 empresas formales, o un ruinoso decrecimiento económico del 8 %. Pero sí aliviará las dificultades de los entrenadores y, para sus alumnos, traerá una dosis crítica de ejercicio, distracción y hasta felicidad.
Según Nabokov, el tenis es un pasatiempo dulce y celestial. La vida es corta; dejen jugar.