Depende, todo en Colombia depende, como en la vieja canción de Jarabe de Palo “Depende ¿de qué depende? / De según como se mire, todo depende/ Depende ¿de qué depende? / De según como se mire, todo depende”.
Pero no porque haya asunción de múltiples miradas que, sería maravilloso y por fin habríamos dado cabida a la diversidad o a la inclusión o al multiculturalismo o a la democracia. Pero no.
Sino más bien porque aquí ya nunca se trata de la verdad sino de la victoria. En este país donde pocos piensan y escasean los filósofos solo hay opinión y esta, siempre, es un depende.
Ya lo decía Schopenhauer en su imperecedero El arte de tener razón: “Lo que se llama opinión universal es, considerado claramente, la opinión de dos o tres personas; nos convenceríamos de ello si pudiéramos observar la formación de una de estas opiniones; veríamos entonces que son dos o tres personas las que al principio las adoptan y plantean y afirman, y con quienes se fue tan benévolo de suponer que las habían examinado bien a fondo: y, por su parte, a estos les creyeron muchos otros cuya indolencia les aconsejó mejor creer sin más que comprobar fatigosamente”.
En el país del depende son muy pocos los que pueden pensar, pero todos quieren tener opiniones: ¿qué otra cosa cabe hacer entonces sino tomarlas de otros, ya del todo listas, en vez de forjarlas por sí mismos? Menos mal Schopenhauer no padeció este país del depende, pero su texto de 1830 sí que sirve para entender a qué honduras hemos llegado aupados por una prensa convertida en caja de resonancia de las redes sociales, la manera fácil de logar eso que llaman tráfico. No importa si en el camino arrasan con la honra de la gente o incendian el país.
Da pesar ver la decadencia de personajes que todavía podrían aportarle al país si la rabia en el corazón no fuese tan grande que los ha enceguecido. Y si la estupidez que premia Comscore no fuera tan rentable. Al fin de cuentas solo importa que haya audiencia; Ingrid Betancourt jugó el juego. El problema es que ella no es una analfabeta como los influencers del Congreso; se supone que estudió, que lee, que ha visto el mundo, que puede contrastar fuentes, contrastar la información, pero cayó en el depende y, de paso, ese depende reveló lo que todo mundo sabe: la asisten el racismo y el clasismo. O sea, desconoce los amparos de la Constitución de 1991.
En el país del depende todo se trata de odios y amores. Ingrid odia a Petro y, de contera, a Francia. Allá ella con sus bajas pasiones. Pero no debiera comportarse como “La Liendra”, “Epa Colombia o “Marbelle”, porque ella es una privilegiada que recibió educación de élite en un país de brutos funcionales como “Jota P. Hernández” y “Polo Polo”.
Los migrantes no debieran ser instrumentalizado por nadie; es una herida abierta en el alma de la humanidad como lo señala el Papa Francisco: “Los migrantes escapan debido a la pobreza, al miedo, a la desesperación”. Pero Ingrid no sabe de esto. Ella curó las heridas de su secuestro no en las duras sillas de El Dorado sino en las islas Seychelles.