¿Qué significa ser “de derecha” en Colombia? Se puede abordar el asunto al determinar primero qué busca políticamente la izquierda.
En primer lugar, la izquierda quiere usar el poder del Estado para imponer la igualdad material (ergo la obsesión con la desigualdad). Esto requiere usurpar la riqueza existente a través de impuestos para redistribuirla a punta de subsidios, programas asistencialistas y otras dádivas. Así surge una cultura de la dependencia en el Estado y, como corolario, crece desmedidamente el aparato burocrático y redistributivo.
También está el deseo constante de castigar el éxito individual y empresarial, algo que obstaculiza o impide el círculo virtuoso que consiste en el ahorro, la inversión y la creación de empleos productivos. Cuando la tributación punitiva no basta para financiar el inevitable aumento de la burocracia, la izquierda recurre de inmediato al gasto deficitario y a la deuda pública, generando así la necesidad -deseable según la lógica estatista- de extraer aún más impuestos de las futuras generaciones.
Detrás de lo anterior está el instinto tiránico de controlar casi todo aspecto de la vida humana. En términos económicos, el Estado limita drásticamente la libertad de lo que uno puede o no comprar, por ejemplo, a través del proteccionismo y el nacionalismo económico (“compre colombiano”). También restringe la libertad de contratación de las empresas por medio de cuotas que especifican cómo debe estar compuesto su personal.
Culturalmente, la izquierda impulsa la corrección política (para “todos y todas”) como forma de controlar la expresión y hasta el pensamiento de los individuos, quienes son “cancelados” (o sus monumentos derrocados) si se apartan de la ortodoxia progresista. La izquierda inclusive niega el valor del individualismo al insistir que los factores determinantes son los colectivos, como la pertenencia a un grupo racial, de género o de preferencia sexual.
El descomunal aumento del poder del Estado, indispensable para imponer la agenda izquierdista, se da a costa de la familia y de las asociaciones voluntarias. Un buen ejemplo es la reacia oposición de los sindicatos de maestros a la libertad educativa, la cual les permite a los padres escoger colegios en concesión o hacer uso de bonos escolares.
En últimas, el proyecto de la izquierda requiere la planificación central de la economía. Según una versión ligera, los planificadores son tecnócratas cuya supuesta ilustración les permite identificar “fallas del mercado” e intervenir en él para dirigir las vidas de millones de personas. En la versión radical, los revolucionarios -frecuentemente militares- nacionalizan industrias, fijan precios y determinan cuotas de producción industrial.
Todo lo anterior gira alrededor de la concepción maniquea que divide al mundo entre opresores y oprimidos, idea que -en su aplicación más extrema- justifica cualquier método, incluyendo la violencia revolucionaria, para que los segundos reemplacen a los primeros en el poder.
El problema de la derecha colombiana es que, con algunas excepciones -como el rechazo de la corrección política y del uso de la fuerza para establecer un gobierno- su proyecto político es indistinguible al de la izquierda menos radical.