En el menú del día del Restaurante País antes figuraban derechos de primera, de segunda y de tercera generación y en la primera bandeja aparecían, como plato fuerte, los derechos civiles y políticos, que también llaman clásicos o de libertades fundamentales (ecos de liberté, egalité, fraternité) sin perder de vista el más importante y el más violado de todos los derechos: el de la vida, que se incrustaba con palillo dentro del pastel de carne los derechos civiles; en la segunda bandeja, pero como de entrada, estaban los derechos sociales, económicos y culturales -también llamados derechos de la subsistencia o del bienestar social- que comprende ese nutritivo buffet de las garantías al trabajo, seguridad social, salud, vivienda, alimentación, educación, cultura, el bienestar general… y en la tercera, ya como postre silvestre, estaban los derechos colectivos, del ambiente y todo el paisaje que nos rodea, no menos apetitosos.
La Carta de las Naciones Unidas de 1945 fue el primer marco global civilizado de referencia en materia de derechos humanos; vino luego la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en 1966, siempre dentro del sistema de las Naciones Unidas, salió del horno el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, complementado por el Pacto sobre Derechos Civiles y Políticos, todos ellos ratificados por Colombia, que se incorporan a nuestra Carta Magna y ella misma se encargó de asegurarse, en su art. 93, que los tratados y convenios internacionales ratificados por el congreso, que reconocen los derechos humanos y que prohíben su limitación en los estados de excepción, prevalecen en el orden interno. Y fue así como el Máster Chef del Derecho Internacional se nos metió hasta en el comedor de la casa y se empezó a hablar del Bloque de Constitucionalidad, que no es otra cosa que esa masa compacta rellena con ingredientes normativos que se juntan de manera inflexible para proteger la vigencia y prevalencia de los derechos humanos en todo tiempo y lugar.
Pero, como si no fuera contundente el menú del día, los magistrados precursores de nuestra Corte Constitucional -creo que admirable- entre ellos Eduardo Cifuentes, Fabio Morón, Hernando Herrera, Vladimiro Naranjo, Carlos Gaviria, Antonio Barrera, José Gregorio Hernández (los dos últimos, mis maestros) sentenciaron con autoridad que el plato fuerte perdería su esencia y sabor si no se complementaba con algunos ingredientes que le eran esenciales -por conexos- como el de la salud, porque el ciudadano nada ganaba con tener libertad y derecho al voto si estaba postrado en la cama. Y después dijeron que el trabajo -con su salario-, la pensión -con su mesada, a manera de mínimo vital de los viejitos-, la educación y la justicia eran también consubstanciales a los fundamentales (porque sin tetas no hay paraíso).
Y ello me parece bien, porque estamos regidos por una Constitución que es teórica y razonablemente garantista y estamos -querámoslo o no -inmersos en un Estado social de Derecho, que es algo así como el súmmum de la civilidad.
Post- it. Otros ilustres chefs “refundadores” de la Patria han cocinado el esperpento de echarle condimentos de conexidad al lomo al trapo del narcotráfico, para mezclarlo a la brava con el delito político. Pero esta es harina de otro costal.