El desarme de los espíritus en Colombia, bien podría empezar por el desarme de algunos medios de comunicación y periodistas. Es bueno comenzar a llamar las cosas por su nombre y reconocer que la polarización feroz que nos debilitó y desgastó como nación, encontró su combustible más eficaz en las pasiones e intereses de sectores influyentes de la prensa de quiénes, precisamente, tienen la delicada misión de custodiar la verdad. ¿Por qué? Por una delicada y contagiosa enfermedad que se propagó como incendio: el culto a sí mismos y el "gusto por el poder".
La arrogancia les hizo perder, en primer lugar, la capacidad de observarse y ponerse límites. Confiados en sus extraordinarias capacidades profesionales, borraron el límite entre el interés público y el interés particular. Se hizo demasiado evidente el manejo de las noticias y hechos verdaderos, con el sesgo tendencioso de la causa de sus pasiones, que llevaron a poner en duda hasta la misma verdad. Dejaron de informar para entretener. El rating subió, pero la desconfianza también. La sed de más y más espectáculo desplazó al ávido consumidor de medios a escenarios aun más inciertos y manipuladores como las redes sociales. Lo paradójico es que la verdad, presentada desde escenarios tan autorreferidos, llegó a parecer mentira. La credibilidad se debilitó desde bien adentro, por el culto a la forma.
Los personajes públicos dejaron de serlo por la fuerza de sus tesis y convicciones y empezaron una peligrosa interdependencia de los más influyentes "líderes de opinión", para mantenerse vigentes en el escenario mediático, mediante una entramada y compleja trama de cortejos, lisonjas, feria de vanidades y redes cercanas a la pauta publicitaria, en sectores muy representativos.
Superado con creces en estas elecciones, el desafío de ensanchar nuestra democracia y devolverle al pueblo el respeto y preeminencia, que le había sido arrebatado por el poder presidencial en alianza con algunos medios. Es un muy buen momento, para que el mismo pueblo, que finalmente se cansó de la polarización, enfoque los reflectores sobre el delicado papel que estos juegan en la superviviencia de nuestra democracia, para evitar que se repita la historia de estrecha connivencia con el poder presidencial.
Debe haber una sana distancia entre el Presidente y los periodistas. Ni el Presidente dirige a la opinión, ni los periodistas deben seguir usurpando funciones a los poderes Ejecutivo, legislativo y judicial.
Produce algo de sonrojo ajeno observar la mutación de tono frente al nuevo mandatario. Del agravio a la lisonja sin pasar por la verdad. Porque en medio de tanta pasión la verdad se percibe opaca. Y son precisamente quiénes más propagaron el incendio, los abanderados hoy del llamado a la "concordia" mientras encuentran su lugar. Pero, cualquiera que sea la intención, si sirve para serenarnos y recordar lo que nos une, vale la pena. Pero, también es tiempo de detener el juego, que tanto ha contribuído a poner en riesgo nuestra democracia.