Todos nos sentimos en estos tiempos de pandemia como barcos frágiles y a la deriva, a merced de la tempestad, impotente y asustada. Esta descripción de la tormenta en el lago de Tiberiades, que hace San Mateo, dibuja la situación de la humanidad. Vivimos el pánico a la muerte que asaltó a los discípulos, expuestos al vaivén caprichoso y amenazante de las aguas. Entretanto, Jesús dormía.
A partir de esta narración, el teólogo, filósofo y economista, Miguel Ángel González, analiza, a sus 95 años, lo que nos está sucediendo: “La vida es como un barco. Los barcos no se hicieron para estar anclados. Los barcos se hicieron para navegar” ¿Qué hacer? ¿Cómo abandonarnos a la turbulencia de las aguas y confiar en que hay un puerto de llegada? “Debemos despertar a Cristo en nuestro interior. Basta fijar la mirada en la cruz”. ¿Es posible despertar la esperanza? Responde a partir de su propia vida: “Me estoy acercando a algo que no es temporal sino eterno”.
Cita el Papa emérito Benedicto XVI, en su libro “La muerte de Cristo”, estas palabras que la tradición atribuye a Epifanio: “¿Qué es esto? Hoy un gran silencio reina sobre la tierra; gran silencio y soledad; un gran silencio, porque el rey está durmiendo. La tierra estaba atemorizada y como en suspenso, porque el Dios encarnado se había dormido...” (PG 43, 439).
“Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”, dice el Papa Ratzinger, en su libro de meditaciones sobre la muerte de Cristo. “Nosotros lo hemos matado, recluyéndolo en la concha rancia de nuestros pensamientos habituales, exiliándolo a una forma de piedad sin contenido
De realidad y perdida en el giro de las frases devocionales o de las preciosidades arqueológicas; nosotros lo hemos matado a través de la ambigüedad de nuestra vida, que ha extendido un velo de oscuridad también sobre él…”
Y medita también sobre la imagen del lago de Tiberiades:
“…¿Pero no duerme Dios realmente?… ¿No toca finalmente también a los creyentes del Dios de Israel, que viajan con él en una barca que parece naufragar? Dios duerme mientras sus cosas parecen naufragar, ¿no es ésta la experiencia de nuestra vida? La Iglesia, la fe, ¿no se asemejan a una pequeña barca que parece naufragar, que lucha inútilmente contra las olas y el viento, mientras Dios está ausente? Los discípulos gritan en la desesperación extrema y sacuden al Señor para despertarlo. Él se muestra sorprendido y les reprocha su poca fe. ¿Pero acaso es distinto para nosotros? Cuando la tempestad pase, nos daremos cuenta en qué medida nuestra poca fe estaba cargada de insensatez. Y, no obstante, oh Señor, no podemos hacer otra cosa que sacudirte, Dios que estás en silencio y duermes, y gritarte: despierta, ¿no ves que naufragamos?”
Hoy, todos como cirineos, ayudamos a llevar la cruz de los demás y cargamos también la nuestra, sin la certeza de saber si vamos a ser crucificados por la pandemia. ¿Es la cruz sinónimo de triunfo o de derrota? En el descenso a nuestra propia oscuridad interior está Jesús dormido, allí lo podemos despertar, para que, a su vez, nos responda: ¿qué teméis, hombres de poca fe?