En las repúblicas presidencialistas, el presidente debe representar con dignidad al país, enaltecer sus fortalezas, reconocer sobriamente sus problemas y “simbolizar la unidad nacional" en torno a las instituciones, como dicta nuestra Constitución. Sin embargo, Petro promueve a diario el más grotesco desprestigio del país, ya sea desde el balcón del Palacio de Nariño, los auditorios de universidades extranjeras, o el desierto de La Guajira, como sucedió en la posesión de la Ministra de Igualdad.
En esta última ocasión, declaró que aunque hay países con mayor pobreza que Colombia, nuestra pobreza es particularmente absurda porque el país es rico. Emulando el libreto del golpista Pedro Castillo, Petro ignora que ningún país ha superado la pobreza con ingresos semejantes a los nuestros, implicando que mientras otros deben superarla haciendo más prósperas sus economías, en Colombia solo es cuestión de decapitar al empresariado y redistribuir su gran riqueza.
Para lograrlo, mintió flagrantemente sobre la “portentosa” riqueza carbonífera de La Guajira, declarando que el departamento exportaba “unos 200,000 millones de dólares” -más que Perú y Chile juntos- y que con esos recursos todos los guajiros serían ricos, de no ser por la codicia del “Estado indolente.” Lo cierto es que toda Colombia no exportó más de 71,000 millones de dólares el año pasado, de los cuales 12,000 millones representaban las exportaciones de carbón. Gran parte de esos ingresos se van en costos de producción - aun así, las inversiones sociales del Estado representan una parte considerable de nuestra economía- mayor que en países desarrollados como Irlanda y Corea del Sur. Colombia no es un país rico y pretender lo contrario es insultar la inteligencia de los colombianos.
Luego, Petro declaró que hasta su mandato, el Estado colombiano actuaba “como si la mujer no existiera," refiriéndose con resentimiento a los ‘Derechos del Hombre’ que tradujo Nariño. Menosprecia así los enormes avances recientes de la mujer colombiana. El artículo 43 de nuestra Constitución consagra la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Las leyes 1257 de 2008 y 1761 de 2015 tipifican varias violencias contra la mujer como delitos autónomos, merecedores de castigos ejemplares. Para el presidente, todos estos logros son triviales.
Cerca de concluir, Petro declaró que los 6.402 falsos positivos constituyen “el crimen contra la humanidad más grave cometido en la historia contemporánea” de América. Sin minimizar la gravedad de este atroz capítulo de nuestra historia, es una calumnia irresponsable afirmar que nuestro continente no recuerda crímenes aún peores. Destacan las 9.500 víctimas mortales del régimen chavista entre 2013 y 2023, los más de 40.000 muertos que dejó la Revolución Sandinista que hoy gobierna a Nicaragua, y los 91.000 cubanos que murieron asesinados por su gobierno o intentando huir de este. Solo en Colombia, la guerrilla asesinó a 36.000 inocentes y secuestró a 25.000, esa misma guerrilla cuyos senadores, designados sin ser elegidos, representan más de una octava parte de la coalición oficialista en el Senado.
En nuestra Colombia profundamente imperfecta, millones han hecho grandes sacrificios para eliminar la miseria y la barbarie, abriendo cada vez más espacios para la prosperidad, la cultura y la excelencia. Despreciar al país y a sus instituciones hasta el punto de declarar que los jóvenes no tenemos otra opción que terminar presos y “acusados de terrorismo” es socavar todos esos logros e insultar todos esos legados. Si nos dejamos convencer de que no tenemos nada que conservar, no podremos defender lo que el presidente busca incinerar con impunidad.