DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Abril de 2013

¡Qué clima!

 

No acabo de comprender los juegos preelectorales de la democracia colombiana. Primero todos tiran del mantel, sin importar a quien caen los platos rotos como consecuencia de sus decisiones.  Después se rasgan las vestiduras, escandalizados, llamando a la concordia, en aras de proteger a una opinión pública, a la que se menosprecia cuando se trata de mantenerla informada sobre  un tema tan vital para nuestra supervivencia como el proceso de paz, pero que súbitamente se vuelve tan delicada  como para no poder escuchar el tono altisonante de las descalificaciones mutuas. Como si no hubiéramos padecido el ruido ensordecedor de las balas, de las bombas, de las minas… Como si no estuviéramos  curtidos de dolor.

Este juego de insultos desnuda el tamaño del alma de sus protagonistas, que siguen tirando del mantel y nos permiten ver, sin capitas, que en la Colombia de hoy nada quedará oculto. Están tan dispuestos a debilitarse mutuamente, a sacarse los trapitos al sol, que no se dan cuenta de que con sus contradicciones e incoherencias se  dejan ver tal y como son, y por esos resquicios se puede colar fácilmente alguien que con un poco de sensatez y respeto por la opinión pública colombiana, nos convenza de que somos algo más que depositarios de votos: una opinión  que a fuerza de padecimientos  empezó a  madurar. Estamos saliendo de la niñez y la bobada democrática.

Pero, necesitamos el valor civil de los propietarios de medios para llamar a las cosas por su nombre y no acomodarse al gobernante de turno. ¿A quiénes  benefició el pacto de silencio informativo que hicieron con los medios de comunicación, sobre el proceso de paz? A las Farc. Queremos la paz y anhelamos la reconciliación sobre las bases de verdad, justicia y que haya reparación para las víctimas. ¿No tenemos derecho a saber qué se negocia en nuestro nombre?

Porque, en medio del silencio ensordecedor del proceso, sólo se oyen los ecos de descalificación para todos lo que quieren aportar algo, como si el sufrimiento de Colombia no hubiera sido colectivo. Hemos escuchado las voces de los líderes de las Farc diciendo que ellos son las víctimas, que no tienen secuestrados, que no están dispuestos a pagar cárcel. No se escucha su voz para pedir perdón a sus miles de víctimas ni para expresar propósito de enmienda. Mientras un grupo de parlamentarios va  a la Habana y uno de ellos declara, con una ingenuidad que clama al cielo: “Conocimos confidencialmente que ya existen unas cuartillas de acuerdos con las Farc, que sólo conocen los países amigos”. ¡Por Dios!.

 

El martes,  día de las víctimas, por petición expresa del Presidente a la Iglesia Católica, sonarán las campanas de todos los templos de Colombia en contra de la violencia. ¡Que  esas campanas nos despierten, y se unan al llamado del Papa Francisco para ir a la periferia y ponernos del lado de los más débiles!. En este caso, las víctimas.

Ojalá que el mismo celo que se muestra para proteger el proceso de paz de la opinión de los colombianos, sea visible para abrazar, reconocer, y darles a ellas el lugar que les corresponde en la democracia colombiana, como interlocutores de primer nivel en la mesa de negociación. Ellas están más legitimadas que nadie para propiciar una paz verdadera, para otorgar el perdón que ahora se les exige por decreto.