DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 25 de Abril de 2014

Juan Pablo II, el Magno

 

Estamos en vísperas de protocolizar la canonización de Juan Pablo II que, en verdad, sucedió desde hace años. Faltaba oficializarla para cumplir los severos reglamentos establecidos para ascender a los altares.

A este santo lo proclamó la multitud que acompañó su paso a la Casa del Padre. Congregada en la Plaza de San Pedro, debajo de la ventana de la habitación donde Karol Wojtyla agonizaba, comenzó un clamor que se extendió en segundos por todo el mundo “¡Santo súbito!  ¡Santo súbito!”. Era el testimonio de su fama de santidad extendida por todos los rincones de la Tierra, que llegaba a través de los postigos entreabiertos de la alcoba papal.

En  los primeros años del cristianismo la comunidad escogía                                 de esta manera a sus santos. En esa noche romana del  2  de abril del 2005 era evidente el afán de los fieles de hacerle oír su voz al Papa que se iba, como si quisieran que se presentara ante Dios  rodeado de ese reconocimiento popular.

Hoy las normas canónicas exigen un proceso mucho más riguroso, reglamentado minuciosamente para permitir primero la beatificación que exige un milagro comprobado y después la canonización, para la cual se necesita probar un segundo milagro. 

Los miembros de la Congregación para Las Causas de los Santos, que son especialmente severos, certificaron el primer milagro y Juan Pablo II fue declarado Beato. En el cielo también había prisa: el mismo día de su beatificación sucedió el  segundo milagro requerido para la canonización.

El próximo domingo el “santo súbito”  de la noche romana                        tendrá un nuevo significado y Karol Wojtyla completará un ciclo glorioso desde su nacimiento, en Wadowice, hasta los altares que lo esperaban de tiempo atrás. El mundo,                                                            cuyo destino contribuyó tan decisivamente a reorganizar, podrá acogerse a la intercesión del nuevo santo, que también                                   es uno de los grandes Papas y una de las personalidades  históricas más destacadas  y de mayor influjo en la vida de sus contemporáneos.

Al repasar su trayectoria se comprenderá mejor cada día lo que significó como reanimación de la Iglesia, renovación espiritual, fortalecimiento de la fe, comprensión de los problemas del hombre actual, apertura al diálogo con las demás religiones, extensión de su influencia sobre los destinos de la humanidad, solución de los problemas de la sociedad contemporánea a la luz de la fe, robustecimiento del magisterio  de la Iglesia, y reafirmación de los principios inmutables aplicados  con  inteligencia y creatividad a las necesidades de hombres y sociedades de nuestro tiempo.

El mensaje de Jesús encontró nuevas resonancias llevado  por Juan Pablo a sitios insospechados. El Muro de las Lamentaciones, por ejemplo, en donde  dejó entre las piedras, como un elocuente testimonio histórico, la petición de perdón al pueblo judío que había leído en la Catedral de San Pedro.

Los efectos de ese gesto van mucho más allá de lo imaginable, como lo dijo Elie Wiesel, un eminente                                                 judío, Premio Nobel de Paz, “cuando era pequeño me daba miedo pasar delante de una iglesia, ahora todo ha cambiado…”

Igual puede decir la cristiandad y el mundo entero, con el nuevo santo todo cambió. Por eso la historia lo conocerá como Juan Pablo II, el Magno.