Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Junio de 2015

El riesgo de lo ambiguo

 

Desde el principio de las conversaciones de paz se utilizó  un lenguaje ambiguo, según fuera el destinatario. Se trataba  de hacer concesiones que atrajeran a las Farc y las comprometieran en  unos acuerdos que debían llevar, paso a paso, a la liquidación del conflicto interno.

Como es obvio, cuando hay ganancia rápida y una de las partes demuestra que está dispuesta a pagar casi cualquier precio  para salvar un proceso de esta clase, la otra aprovecha para  conseguir lo que quiere, y el casi se reduce más y más cada día. Tiende a desaparecer al mismo tiempo que las presiones  arrinconan a quienes aparecen decididos a ceder indefinidamente. El afán de lograr un objetivo se vuelve la máxima debilidad y las exigencias no tienen límite. Los que acuden a la mesa ya no negocian, exigen. Piden y piden, cada vez más. Mientras tanto, para quienes cedieron, resulta en extremo costoso frenar o devolverse, así sea un milímetro.

Cuando el lenguaje es ambiguo, siempre se correrá el riesgo de que la otra parte tome lo que la favorece y proceda en consecuencia. Cada cual avanza por un camino distinto que, si en algún momento fue paralelo, ahora se convierte en divergente. Las dificultades resultan más complejas de lo que habrían sido sin la ambigüedad inicial.

Así llegamos a la situación actual. Los hechos violentos   minan las ilusiones de paz a un país ansioso de ella. Y mientras mayores sean sus esperanzas, más le exigirán por cada minuto de tranquilidad. Pero como no se pueden hacer concesiones sin límite, el acuerdo resulta cada vez más difícil. El país despierta y comienza a pensar dónde está ese límite. Reacciona. Y el proceso entra en una dura fase de clarificación.

Cada cual encuentra  en el lenguaje ambiguo razones para afirmarse en su creencia. En Europa, por ejemplo, corre el mensaje optimista. Comienzan a creer que estamos ya en el posconflicto. Los gobiernos se regocijan. Y es natural. ¿A quién no le complace que haya paz en  el mundo y que enfrentamientos de medio siglo finalicen con un apretón de manos en La Habana?

Pero aquí  no hay paz. La violencia recrudece. Mientras en Cuba se negocia, en las veredas del Cauca los soldados muertos en una emboscada le recuerdan al país los peores episodios de dolor. Y en El Mango la población expulsa a la policía, como primer paso de una nueva táctica para agudizar la lucha y separar a la población civil de sus defensores.

Son las consecuencias del lenguaje ambiguo, cuyo costo comenzamos a pagar.

Ojalá que no ocurra lo mismo en lo internacional y que los gestos amistosos y la condescendiente prudencia colombiana, no se interprete como un signo de debilidad por parte del gobierno venezolano. Que no se equivoque pensando que, cuando unilateralmente nos graduamos como sus nuevos mejores amigos, renunciamos a defender nuestros derechos en aire, mar y tierra.