Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Noviembre de 2014

Secretos públicos

 

La presentación pública de las conversaciones secretas  que se adelantan en La Habana está comenzando a cambiar. Tenemos que saber si se trata de más propaganda o de una estrategia pedagógica que por fin siente a todos los colombianos en la mesa de La Habana.

Es evidente el giro, aunque no sabemos si será de ciento ochenta o de trescientos sesenta grados. En el primer caso     implicaría un cambio total en la política que se anunció al principio del “proceso de paz”. En el otro, sería una vuelta completa, para terminar en lo mismo, es decir, en la insistencia   ampliamente publicitada de que solo será público lo que se acuerde que se dará a conocer. O sea, en la práctica, que habrá boletines oficiales, acordados por las partes, más los comunicados que emita cada una, más lo que se filtre, que será todo lo demás.

Pero un proceso de esta naturaleza no resiste el secreto. Y el escepticismo de los colombianos lo demostró. Digan lo que digan los métodos sobre cómo negociar, y aconsejen lo que aconsejen los expertos, un pueblo golpeado por décadas de violencia siente una resistencia natural a convenir  soluciones a oscuras. Mucho menos comprende que cada nuevo atentado en Colombia, se “justifique” con disquisiciones teóricas, donde se habla de paz mientras se hace la guerra.

Al fin y al cabo, ese pueblo que ha sido la víctima colectiva de unos padecimientos tan largos, no se resigna a que  unos negociadores, por ilustres que sean, se encierren en la casa de Fidel Castro y, de vez en cuando, se asomen a la ventana para mostrar, por breves  instantes, una palomita blanca apaleada.

Los 46 millones de colombianos quieren saber qué está sucediendo. Y, si no están suficientemente informados   recelarán del proceso.

Además, es imposible mantener el secreto. No hay manera de evitar las filtraciones que, inevitablemente, están sesgadas por el interés de quien  las hace y obligan a las contrafiltraciones inspiradas en el interés contrario.

El diálogo directo con  algunas víctimas oxigenó el proceso y demostró que, si se quiere conversar con franqueza,          no pueden mantenerse aparte  más de seis millones de colombianos que  sufrieron heridas, muchas de ellas aún sin sanar.

La publicación de  algunas conclusiones también ayuda a mantener una opinión pública interesada, para lo cual es necesario informarla completa y lealmente. Si su apoyo es base esencial del proceso, no es posible ensalzarla y al mismo tiempo menospreciarla como si fuera incapaz de comprender lo que sucede, por lo cual no  le pueden  decir la verdad.

Si la información fluye como algo normal cuando se  trata de temas que afectan a todos los colombianos, incluyendo los que están por nacer, la opinión se formará su criterio sobre bases ciertas. Si sospecha que no le  cuentan toda la verdad,  crecerá la desconfianza porque no quiere despertar una mañana y encontrarse con obligaciones contraídas en secreto y  a su nombre.

La verdad completa es mucho mejor que las recetas de los manuales sobre cómo negociar en cinco fáciles lecciones.

El Gobierno parece haberse dado cuenta de que la paz no se negocia de espaldas a los colombianos.