DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Agosto de 2012

Quites

 

Los asistentes a las corridas quedan con el corazón en la boca cuando un mal lance deja al torero indefenso frente al toro que, con cara de pocos amigos, prepara la embestida. Flota una amenaza de cornada en el ambiente. Los antitaurinos piensan que están próximos a ganar una batalla reivindicatoria de los derechos bovinos del animal. La concurrencia desprevenida ahoga gritos de temor, los médicos de la plaza se ponen en estado de alerta y el capellán comienza a rezar. El matador tantea los terrenos, pensando si sortea la situación con un valeroso desplante o corre al burladero, en una espantada digna de las mejores tradiciones de ciertos supersticiosos toreros gitanos.

Los aficionados curtidos permanecen serenos, mastican su tabaco y tranquilizan a la manola sentada a su lado, explicándole que enseguida banderilleros y mozos de lidia agitarán capotes salvadores. El toro embestirá mientras el lidiador desarmado alcanza a saltar la barrera, de la manera menos descompuesta posible. Recupera la respiración y los colores vuelven a su rostro. ¡Le quitaron el toro de encima!

Otras veces, el propio matador cumple la tarea completa. Suelta capote o muleta y en ocasiones hasta la espada, y emprende carrera hacia el burladero más cercano. Hace su propio quite.

Como quedaron prohibidas en Bogotá las corridas, esta forma de capear problemas se está trasladando a la política y la administración de la ciudad. Cuando la dificultad crece, o se deja crecer, en cambio de afrontarla se tira al ruedo un capote que distraiga, de manera que la opinión pública, aunque esté con más ganas de embestir que un toro de casta, persigue el trapo distractor y le da tiempo a los responsables si no de solucionar los errores y aplicar la soluciones sí, por lo menos, de ponerse a salvo en el burladero.

La crisis hospitalaria, por ejemplo, llega a extremos azarosos en la capital. La inseguridad alcanza niveles escalofriantes, cuya reseña en prensa, radio y televisión se convirtió en un reality aterrador. La movilidad pasó a ser una inmovilidad carísima, cuyos costos pagamos todos, sin que se vean salidas inmediatas. La contratación sigue con sus males de siempre…y así podríamos continuar una lista interminable, que sólo se corta cuando el interlocutor rezonga, con fastidio, “ya lo sabemos ¿y qué?”.

Entonces vienen los distractores y la opinión furiosa, desencantada o resignada sigue tras ellos. La suspensión de corridas en la Plaza de Santamaría, para no ir más lejos. Entretiene a los amigos y enemigos de la medida, pero no le soluciona nada a nadie. Ni siquiera a los toros pues sólo pasan de luchar por su vida en la arena, como ha ocurrido por muchos siglos y en muchas culturas, a morir colgados de un gancho en el matadero. Eso, sin embargo, no importa, no es una medida que arregle nada, sino un capote lanzado al ruedo para hacer un quite.

Igual sucede con la propuesta de abrir lugares especiales para que los drogadictos dejen de consumir estupefacientes en las calles, por su propia cuenta, y pasen a consumirlos en sitios especiales, por cuenta de los contribuyentes, con la esperanza de que el cambio de lugar y de financiación los cure.

Y la ingenua opinión se enzarza en las discusiones de este tipo de propuestas que, en verdad, no son sino capotazos para distraerla.

Los problemas siguen intactos. No se afrontan, simplemente se les hace el quite.