Contra viento y marea, el Sr. Nicolás Maduro, el pasado 10 de enero, asumió para un tercer período la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. Sumando al suyo el tiempo de Chávez, se encamina su grupo político, a consolidar más de treinta años en el poder en el vecino país y todo indica que pretende perpetuarse en él a cualquier costo. La democracia es una mera apariencia, una mampara para darle una justificación decorosa a sus pretensiones; pero su verdadera intención no se ha ocultado; mantener el poder para implementar la llamada revolución bolivariana que viene igualando por lo bajo a la sociedad venezolana y que tiene el país en bancarrota, que según la Asamblea Nacional, cerró 2018 con un 1.700.000% de inflación.
Claramente amenazó con eliminar de tajo la Asamblea Nacional legislativa y todo lo que se interponga en su camino y acudir a su cortesana de turno, la llamada “constituyente ciudadana”, que la utiliza como una institución ad latere, lista para cumplir sus dictatoriales designios. El poder judicial en el país vecino es una vergüenza por su falta de independencia y por conestar las actuaciones del Dictador.
Su legitimidad como Presidente no existe. Con su primera elección, bastante reñida con su contendor, quedó la duda al no permitir reconteo de votos. Para la segunda eliminó la oposición, le arrebató los poderes a la Asamblea Nacional y ahora, muy patético, luciendo banda presidencial, se posesiona y pretende con amenazas de medidas no concretadas, que la comunidad internacional lo reconozca como un mandatario democrático.
Afortunadamente la comunidad internacional ha reaccionado y los organismos multilaterales se han manifestado; el Grupo de Lima se ha hecho sentir al pedirle que no se posesionara. La soledad del dictador fue clara en su posesión, cuando solo estuvo acompañado por unos pocos gobernantes de similares propósitos políticos, entre ellos el de Bolivia, que pretende hacer lo mismo, no obstante que la idea que quedarse en el poder le fue negada por una constituyente democrática que ahora piensa desconocer, valido de artimañas y legüleyadas. Cuba, ni se diga, que anda en las mismas desde la mitad del siglo pasado y los rusos; estos sí, los “padres fundadores” de estos regímenes totalitarios, con un siglo en el poder. El cielo nos libre de las reelecciones.
La Asamblea Nacional se resiste y su presidente Juan Guaidó, ante el vacío de poder, valerosamente asume de acuerdo con la constitución como Presidente encargado, quién deberá convocar a unas elecciones transparentes y democráticas que restauren la democracia. Se presenta un choque clarísimo entre las dos Asambleas, la Nacional de Guaidó y la Constituyente de Diosdado. Por supuesto que no van a entregar el poder, tienen todo el respaldo del ejército; se trata de una situación simbólica; pero la comunidad internacional tiene la palabra; de ella depende que Venezuela regrese a la vía democrática o que los usurpadores sigan en el poder. El Grupo de Lima que, salvo México, no quiso reconocer a Maduro como Presidente, deberá tomar una posición frente a la interinidad del Sr. Guaidó, como ya lo vienen haciendo algunos países. El dilema es muy simple, dictadura o democracia.