Para ser prácticos, la primera vuelta de las elecciones presidenciales gira en torno a dos modelos: el de Duque y el de Petro.
Quiérase o no, ese debate se basa en una idea central: democracia liberal frente a autoritarismo asistencialista.
Podría pensarse que tras las múltiples y desastrosas experiencias del vecindario, Colombia tendría que haber superado ya la tentación autoritaria.
Pero el desgaste de Santos y las patologías de ocho años de violación de la soberanía popular, improvisación en política exterior, inseguridad, multiplicación de la droga, la violencia y la corrupción, hacen que muchos piensen aún que el Socialismo del Siglo XXI puede ensayarse en Colombia.
Frente a semejante posibilidad, la propuesta Duque surge como la modernización competitiva y la revolución productiva basada en el respeto a la ley, la máxima seguridad posible y la incorporación de Colombia en los circuitos confiables del sistema internacional.
Dicho de otro modo, Duque no solo es el heredero de la genuina transformación democrática de la sociedad que quiere devolverle a la población la dignidad que se le arrebató impunemente el 2 de octubre del 2016.
Visto así, el problema se reduce a decidir entre un modelo confiable, rentable y seguro, o un modelo cómplice, paternalista y permisivo con las amenazas transnacionales.
Por ende, las opciones intermedias, las de medias tintas que navegan entre dos aguas, no tendrán mucho que aportar en el momento crítico que vive el país.
Como es apenas natural, los votantes conservadores desembocarán mayoritariamente en el modelo Duque, no solo por afinidad ideológica sino por la atracción explícita e implícita de Martha Lucía y Ordóñez.
Por su parte, Vargas Lleras pierde por tercera vez la opción de ser un buen Presidente de Colombia.
La primera fue cuando abandonó a Uribe; la segunda, cuando se hizo clon de Santos; y la tercera, ahora, cuando elige como fórmula a Pinzón, consolidando así la alianza de quienes siendo funcionarios del gobierno Santos, vieron la trampa en que estaba cayendo el país pero guardaron silencio para beneficiar a las Farc. ¿Tendrá ahora la lucidez de adherir a Duque antes de la primera vuelta?
A su vez, Fajardo ve cómo se diluye su proyecto, atrapado entre las corrientes de una burguesía ideológicamente inconsistente y una izquierda que lo empuja hacia el petrismo, todo ello para terminar en una desbandada de votos repartidos entre los dos punteros.
Y por último, De la Calle, sombrío, exhausto y fragmentado por las divisiones intestinas, ni siquiera podrá captar los votos de la “U”, que también se dispersarán en ese maremágnum desgastante y trasnochado llamado “continuidad de los acuerdos Santos-Farc”.
En pocas palabras, Colombia se aproxima rápidamente a resolver (¿en primera vuelta?) el dilema esencial de todo Estado sometido al asedio de otro (en este caso, Cuba y Venezuela): megalomanía patrimonialista, o democracia emprendedora, competitiva y firmemente intolerante frente al terrorismo.