Hernán Echavarría Olózaga escribió hace más de sesenta años, en 1958, el libro “El sentido común en la economía colombiana”. Decía entonces que no es suficiente contar solo con la experiencia individual para garantizar una solución a los problemas económicos, si no que es la adecuada técnica que se imprime en sus análisis, la que puede evitar equivocaciones y malas decisiones.
Me temo que, más allá de la caída en el recaudo de impuestos ante las altas expectativas de gasto del gobierno, es la ausencia de sentido común la mayor de sus carencias. Juega aquí la conocida frase del sentido común como el menos común de los sentidos.
Las recientes noticias del desplome en los ingresos del Estado por la caída en el recaudo de impuestos pusieron al país, a modo de emoji, en carita de tremenda sorpresa, cuando esta era de esperarse. La habilidad para ponderar, como dijera Echavarría Olózaga, se obnubila ante el peso de la ideología para tomar decisiones.
Por sentido común, una economía lenta, con crecimiento casi nulo, no puede generar las utilidades base de un mayor recaudo, por más eficiente que fuera la reforma tributaria. Esa reforma fue un espaldarazo inicial a un apoyo a las necesidades del país para superar los problemas que dejó la pandemia y a la llamada “moderación” y a los acuerdos de comienzo del gobierno.
Ahora, el gobierno debió sincerarse. Así, anunció -muy seguramente ante la mirada de las calificadoras, cuya mayor preocupación es el manejo fiscal- tener un faltante de caja de veinte y siete billones de pesos, cerca de siete mil millones de dólares, para este año.
Para completar, el gobierno reconoció que la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (Dian) se equivocó en pensar que era posible un recaudo cercano a dos mil seiscientos millones de dólares por arbitramentos de litigios tributarios durante 2024. Sin tener además en cuenta que la Corte Constitucional declaró inexequible la norma que prohibía, a las empresas del sector extractivo, deducir de la base gravable del impuesto de renta los ingresos por regalías.
Además de pensar con el deseo, la mayor de las fallas está en mantener la economía en permanente incertidumbre con sus consecuencias sobre la confianza para invertir. El miedo y la falta de norte o proyecto económico de país no le suman a la fuerza productiva. No es suficiente pensar que la única solución sea el control a la evasión. Hay un trasfondo de desmotivación de la economía, de desconocimiento de su norte, por un lado.
Por otra parte, las claves se sentido común también están en esa capacidad de crítica y de análisis técnico de la coyuntura y estructura de la economía. El aumento del recaudo por impuestos depende de muchos frentes. Sin estrategias para generar “el cambio” en la dependencia de la economía informal y en el control a las estructuras del narcotráfico, no puede haber perspectivas positivas. A estos dos elementos se añade una profunda indignidad, que lleva a pensar en el para qué pagar impuestos si se los roban, con los latentes hechos de corrupción e indebido uso del dinero púbico. Esto sin considerar la falta de cohesión y conocimiento de una visión, no sólo optimista si no también definida, de para dónde vamos.
Claro es que, si “el gobierno exige con una mano el aumento de impuestos, debe con la otra procurar el aumento de riqueza” (José Cecilio del Valle, estadista hondureño).