Conocí al joven médico cirujano Néstor Iván Moreno Rojas en 1998, en Bucaramanga, cuando cursaba yo una especialización en seguridad social en la Universidad Santo Tomás y él, siendo el ministro del ramo en tiempos de Samper, fue mi profesor del módulo de salud. Compartimos con él un par de fines semana académico y en clase me pareció un buen docente, excelente expositor, conocedor del tema, de buen humor, carismático y a la hora del coffee break me pareció jovial y sencillo, no obstante su investidura. “El hombre va llegar lejos”, comentábamos el grupo de compañeros. Y llegó lejos, pero en la dirección equivocada. Fue después alcalde de Bucaramanga, pero no dejó una buena huella, sino mala, pues salió lleno de cuestionamientos de orden moral, antes de ser senador de la República, cuando ya el veneno de la Kleptocracia corría con naturalidad por sus venas.
El buen médico, el hombre de noble cuna (hijo del excongresista Samuel Moreno Díaz y de la ex candidata presidencial María Eugenia Rojas y nieto de mi General Rojas Pinilla, expresidente de facto y quien casi llega a ser presidente por voto popular) fue presa de la ambición, cayó en las garras de Lucifer -que suele entrar por el bolsillo- y se dedicó a ejercer las innobles faenas del enriquecimiento ilícito, explotando la oportunidad- que hace al ladrón- de que su hermano Samuel llegara a la alcaldía de Bogotá, para repartirse entre ambos el botín de la ciudad capital, con los Nule y otros cuantos malandrines costeños y rolos de igual calaña. Ahora para Samuel, el flamante exalcalde del Polo Democrático -quien ya cumple una condena a 24 años de prisión por su participación cimera en el llamado “Cartel de la Contratación”- la Fiscalía está solicitando una nueva sentencia condenatoria por cohecho propio, en calidad de coautor, por recibir el 8 % del valor de cada contrato de obra de malla vial capitalina.
No había contrato en que no estuvieran los hermanos Moreno involucrados irregularmente. Y eran gente de bien y, seguramente, hombres de buena condición económica, profesionales reconocidamente exitosos -Samuel había sido un buen senador- con todo un mundo despejado por delante, como para alcanzar las estrellas. Pero la ambición arrastra con todo: con la moral, con las buenas costumbres, con los apellidos, y fue tal vez Shakespeare el que dijo que “Quien se eleva demasiado cerca del sol con alas de oro, las funde”. Y quedaron fundidos. No sospecharon que, en el mundo de hoy, el que la hace la paga, tarde o temprano, así sea escondiéndose tras ese becerro de oro de nombre de Odebrecht…
Post- it. El escenario de la mass media en Colombia se sigue tiñendo de muerte. En los últimos días la Parca se llevó a las mejores estrellas de la radio -Javier Giraldo Neira y Eucario Bermúdez- y de la televisión: Luis Fernando Montoya, actor sublime, Héctor Ulloa, Enrique Colavizza y a Fernando Gaitán Salom, libretista que internacionalizó a Colombia en materia de telenovelas y de quien supimos, al último suspiro, que era sobrino del escritor Álvaro Salom Becerra, quien nos deleitó con sus novelas críticas de corte político a comienzos de los 70’s. Paz en sus tumbas.