EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Noviembre de 2013

Somos uno

 

En  la naturaleza tenemos los ejemplos más maravillosos para poder reconocer la unidad de todo lo que existe. Las plantas crecen, cada una ocupando el lugar que les corresponde, haciendo parte del gran jardín de la vida.  El girasol no compite con la orquídea por los rayos lumínicos, simplemente hace su propia danza, tomando lo que necesita y nada más que ello. Las gotas de agua no se resisten a hacer parte de una leve llovizna o de un ciclón. Siguen siendo gotas de agua, conservando su esencia y su fidelidad a sí mismas. Hay unidad hacia adentro y hacia afuera, y la vida se sigue manifestando a través de ella.

A los seres humanos poco a poco se nos va envolatando la unidad, la inherente a cada ser en sí mismo y la compartida con el resto de la Creación. Creo que eso es parte del juego, el olvidar temporalmente lo que en realidad somos y de dónde venimos, el adentrarnos en experiencias que por momentos nos alejan de nosotros mismos. Eso nos pasa desde la primera infancia, pues en la vida intrauterina y los primeros años de vida seguimos conectados de manera íntima con eso que somos, y vivimos en estado de unidad. No hay separación entre instintos y mente, ni entre tú y yo. 

Sobreviene un proceso necesario de individuación, que se requiere para que cada ser se apropie de su vida y su camino. Y luego se nos olvida que esa separación es sólo de forma, pues en realidad somos uno. Claro, esto no es tan sencillo de comprender, pues las sociedades tienden a reproducir esos estados de fragmentación, desde los cuales es más fácil el lucro individual, la manipulación ideológica y la indiferencia; entonces, como cada quien anda en lo suyo, eso de ser todos uno solo no es tan digerible.

Pero la trama de la vida es más fuerte que cualquier intento de separación u olvido de la esencia. Cuando disfrutamos de una puesta de sol o de un aguacero, ahí está la unidad. Al identificarnos en la sonrisa de un niño, que no necesariamente es nuestro hijo o pariente, somos uno. Cuando aparece la compasión y nos enternece una palabra o nos hace llorar el dolor ajeno, ahí somos uno. Al soltar la competencia y reconocer que todos estamos en el mismo juego, y si pierden unos perdemos todos, somos uno. El reto es hacer de ese estado de unidad no algo excepcional, sino algo permanente.

Le invito a que reconozca aquí y ahora cómo fluye la unidad a través de usted.  Descubrirá más gozo en la vida, se harán menos pesadas las cargas y habrá más conexión con el amor.

@edoxvargas