Depredación del Parque
“No hemos aprendido que somos uno con el cosmos"
UNA de las acciones de avasallamiento de los conquistadores españoles sobre los indígenas que habitaban el Valle de los Alcázares fue la depredación del medio ambiente. Miles de árboles fueron talados, entre ellos palmas de cera y nogales, que para los muiscas eran sagrados, desde su cosmovisión integradora.
Una vez establecida Bogotá entre los ríos San Agustín y San Francisco, los indígenas no tuvieron más alternativa que buscar refugio en un bosque sagrado, o en lo que quedó de él, unas cuadras al norte del San Francisco. Ese bosque representaba la conexión con la tierra, con el cosmos.
Si bien los españoles arrasaron la naturaleza, ya en la época republicana un símbolo de esa nueva era fue la destinación de zonas verdes para uso público. Así se creó el Parque de la Independencia, en el costado sur del antiguo bosque sagrado, un espacio para celebrar la vida, con un aire de modernidad.
Hoy quienes avasallan el Parque son otros, encabezados por el Instituto de Desarrollo Urbano, en asocio con el concesionario Confase. Rogelio Salmona hizo un diseño que pretendía devolverle al Parque algo de lo que perdió cuando, sin sentido ecológico alguno, se abrió el foso por el que atravesaron la calle 26. La idea de Salmona era nivelar el Parque a lado y lado de la avenida, dejando que ésta fluyera por debajo en un túnel corrido desde la carrera Tercera hasta la Décima. Por encima se recuperaría gran parte del Parque, integrando la Biblioteca Nacional, el Mambo y el teatro Embajador, extendiendo la zona verde y, sobre todo, protegiendo los árboles centenarios del antiguo bosque sagrado.
Pero más que la Calle 26, al Parque de la Independencia se le atravesó la ambición y el único carrusel con que hoy cuenta es el de la contratación.
El proyecto de Salmona se dejó de lado y en su lugar se está abriendo paso el del arquitecto Giancarlo Mazzanti, bastante lejano a proteger el patrimonio natural y cultural que el Parque de la Independencia ha representado; hasta se le quiere cambiar de nombre. Para abrirle paso al Parque del Bicentenario se han tumbado ya casi 150 árboles, y faltan más. Árboles que representaban la vida, pero que para quienes sólo ven el negocio son unos estorbos para la feria del cemento y la plata. Progreso.
Mientras tanto, la alcaldesa encargada anda furiosa con el tema y las obras siguen, a pesar de la orden de suspensión que dictó la Jueza Sexta de Descongestión del Circuito de Bogotá. Del bosque muisca no quedará nada, porque los herederos de la Tierra no hemos aprendido que somos uno con el cosmos, con la naturaleza; no hemos aprendido a valorar la vida.